27.LA BRUJA ESTÁ AQUÍ

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Adriano

Me acuerdo de todos mis antepasados en cuanto reparo en la imagen frente a mí. La bruja está aquí. Pensé que me había deshecho de ella, pero no, ha regresado. 

—Adriano, querido —aunque me trata con familiaridad, no hace ni el intento de acercarse. Al menos aun recuerda sus límites—. ¿Cómo estás? 

—¡Vivi! —mi llamado retumba en las paredes de la casa, provocando que la empleada aparezca de inmediato—. Acompaña a la señora Francesca a su habitación. 

—¿No piensas presentarnos, querido? —pregunta la anciana con el tono hipócrita que le caracteriza—. ¿Y tu esposa no va a presentarse ni darme la bienvenida? ¡Qué mala educación! 

—Yo... 

—Esta no es hora para bienvenidas —alego con tono cortante, interrumpiendo el balbuceo de mi mujer—, mucho menos cuando los invitados aparecen sin avisar. Mañana os ponéis al día. 

Francesca intenta replicar, pero al percatarse de mi mirada de acero, se remite a darnos las buenas noches y seguir a la ama de llaves. 

¡Maldita mujer! 

¿Por qué tiene que aparecer en los momentos más oportunos? Solo espero que Cassandra sepa mantenerla a raya y se marche cuanto antes. 

—¿Esa señora es tu suegra? —inquiere la doctora al salir de la sorpresa. 

—La madre de mi ex esposa —la corrijo. El término «suegra» me parece demasiado familiar y por fortuna, no tengo ningún lazo forjado con esa vieja decrépita—. Y desde ahora te advierto que es una entrometida y se vale de sizañas para molestar a otros..., pero es la abuela de mis hijos y ha sabido ganarse su cariño —recuerdo para mi pesar—; así que debemos tolerarla. 

—De acuerdo. Con eso que me has dicho y la mirada que me dio, sé que dará problemas... 

—Sabrás lidiar con ellos —aseguro mientras atrapo sus caderas entre mis brazos y la atraigo hacia mí—. Ahora, creo que habíamos dejado un asunto pendiente. 

—¿Ah, sí? —su expresión se transforma de inmediato en una juguetona—. ¿Cuál? 

—Usted y yo tenemos una cita pendiente en mi cama, señora Di Lauro. 

—Mmmmm... —desvía la mirada hacia el techo fingiendo meditarlo. Nunca me había prestado para este tipo de juegos. Siempre he optado por ir directo al grano..., pero con ella lo disfruto, me divierto y hasta aumenta mi excitación—. No lo recuerdo muy bien —sus ojos esmeraldas impactan contra los míos y el bulto entre mis piernas se aviva en respuesta, desesperado por tomarla—. ¿Me refresca la memoria, señor Di Lauro? 

—Con mucho gusto, cara —la tomo en volandas para subir las escaleras juntos hasta mi habitación. 

La tela se desliza de su piel como si de magia se tratara. Toda ella es mágica. Me he vuelto adicto a mi esposa y es una adicción que no puedo controlar y la verdad, poco me importa. 

Paseo mis labios por cada espacio de su cuerpo, estimulando cada parte sensible, sonriendo victorioso cada vez que un gemido sale de su boca. No hay necesidad de explorar ni tantear el terreno, puesto que me lo he aprendido de memoria. A pesar de su inexperiencia, jamás ha rechazado ninguna de mis caricias; sino todo lo contrario, responde a cada una de ellas con la misma intensidad. 

Entrar en ella se siente como alcanzar la gloria y antes de llegar  al éxtasis, clamo que diga mi nombre, algo que nunca había pedido con ninguna otra mujer. Sin embargo, me gusta escucharlo de su boca, me enciende y me alimenta porque deja claro quién la posee y quién tiene el poder. 

La Esposa del ItalianoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora