17.CONFUNDIDA

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Cassandra

El calor me abraza la piel en tanto un leve cosquilleo se instala en un lugar desconocido para mí. 

El palpitar acelerado de mi corazón resuena en mis oídos y de manera inconsciente, abro más la boca. 

Él aprovecha para explorarme con un hambre voraz mientras yo lucho contra el sofoco. Creo que he dejado de respirar. 

He besado a otros hombres, pero jamás he experimentado algo parecido. 

Su mano fría como un témpano de hielo se desplaza por mi piel encendida y llega hasta mi espalda baja. Los besos se trasladan a mi clavícula, dándome la oportunidad de recuperar el aliento. Entonces, sus dedos se cuelan debajo de la tela y una sensación indescriptible inunda mis sentidos. 

No soy consciente de las respuestas de mi propio cuerpo. Ha cobrado vida por sí mismo. 

De buenas a primeras me encuentro recostada sobre un sillón con sus manos acariciándome por todos lados. 

Las mangas del vestido se deslizan por mis hombros, quedando desnuda de la cintura para arriba. 

Mis labios vuelven a ser prisioneros de los suyos al mismo tiempo que mis terminaciones nerviosas vibran bajo su tacto. 

No sé hacia dónde voy ni lo que me espera más allá del éxtasis, pero quiero llegar, lo necesito. 

El nudo entre mis piernas se vuelve cada vez mayor, la tensión se apodera de mis músculos cuando sus dedos me tocan ahí, en el lugar que nadie a tocado jamás. Doy un respingo en intento protestar, pero él me acalla con su boca sin darme tregua. 

 Aquel sueño donde él me rescata de las profundidades del océano se reproduce en mi mente como si de una película se tratara. Recuerdo las sensaciones, el deseo, la expectación... Sin embargo, nada se compara a lo que estoy sintiendo ahora, sobre todo porque no es una ficción creada por mi inconsciente, es real. Sus caricias, sus besos, el anillo en mi dedo... está sucediendo, es real. 

Estoy en llamas, a punto de explotar como los fuegos artificiales y entonces... 

—Señor Di Lauro —el sonido de la puerta interrumpe nuestros movimientos—. Señor, ¿está ahí? 

—¿Qué sucede, Vivi? —se separa con notable molestia sin romper el contacto visual. 

—La fiesta está por terminar y su madre pregunta por usted. 

—Estoy ocupado —contesta para mi sorpresa—. Dile que despida a los invitados por mí. 

—Adriano Di Lauro —le escucho maldecir al escuchar la voz de la señora Alexa—, sal de ahí antes de que entre por ti. 

—¡Maldición! —murmura por lo bajo mientras recoge la camisa del suelo para vestirse. 

«¿En qué momento se la quité?»

«¿Qué diablos he hecho?»

«¡Estoy desnuda!»

De repente reacciono y me levanto de golpe para vestirme a la velocidad de la luz.

—Habéis empezado la noche de bodas muy temprano —el calor se concentra en mis mejillas con el comentario—. No os demoréis. 

—Espera, te ayudo —se ofrece mi esposo al verme trabada con la cremallera del vestido. Sus manos vuelven a estar sobre mi espalda y tiemblo como una hoja hasta sentir la debilidad en mis piernas. 

—Necesito ir al tocador —apenas reconozco mi voz, pues se ha convertido en un pequeño susurro de gatito asustado. 

—Detrás de esa puerta hay un baño —señala hacia la izquierda de su escritorio. 

La Esposa del ItalianoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora