11.COMENZÓ LA FUNCIÓN

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Cassandra Reid

Termino de ajustar las tiritas doradas de mis zapatos mientras mi amiga retoca mi peinado. 

—Listo —concluye examinándome de arriba a abajo—. Estás de muerte. Tu italiano tiene buen gusto para la ropa. 

Contemplo la forma en que el vestido se ajusta a mis discretas curvas como una segunda piel. El color verde esmeralda hace resaltar mis ojos del mismo tono y los detalles dorados vueleven el diseño espectacular y exclusivo. 

—Sí —coincido—, es precioso. 

—Los gorilas llevan más de media hora esperando en la puerta —anuncia mi otro compañero de apartamento entrando acelerado. Sin embargo, al alzar la vista se queda paralizado—. Guau... Cassie, estás... 

—Dilo —le insta Leah—, espectacular se queda corto. 

—¡Y que lo digas! —bufa él—. Sencillamente perfecta. ¿De verdad te vas a casar con Adriano Di Lauro? Perdona que vuelva a preguntarlo por milésima vez, pero me sigue pareciendo increíble. 

—Créeme, Romeo —le doy una media sonrisa—, a mí también me cuesta creerlo..., pero sí, seré la próxima novia de Italia. 

—Todo esto es muy raro, Cassandra Reid —el residente no tiene un pelo bobo y por supuesto, no ha creído la historia de que conozco a mi futuro esposo desde hace un tiempo—, no obstante, no preguntaré más. Tus razones tendrás para no contarme. 

—Gracias, Romeo —me acerco a besar su mejilla—. En realidad le haces honor a tu nombre. 

—Solo contigo, mujer ardiente —aclara con su habitual tono jocoso—. Aun mantengo mis esperanzas. El Magnate de Acero es un fuerte rival, pero no imposible de vencer. 

—No es necesario que compitas con él —indico para seguirle el juego—, en mi corazón siempre habrá un espacio para ti. 

—Oh, por Dios —se lleva una mano a su pecho de manera trágica—, ya me has matado. ¿Y así pretendes que renuncie a ti? Eso jamás. 

—Ya deja la payasada y déjala ir que va retrasada —le reprende mi mejor amiga apuntándole con el cepillo para el cabello. La imagen resulta muy graciosa. 

—Es costumbre de la novia llegar tarde. 

—Tienes razón... —concilio—, pero el día de la boda, no la noche de la fiesta de compromiso. 

—Entonces, no hagas esperar más a tu italiano. 

En la salida del departamento soy recibida por tres hombres trajeados, quienes me conducen hacia una camioneta BMW de lujo. 

«Ni que fuera la primera dama», bufo para mis adentros. 

A pesar de la corta distancia, el viaje se me hace eterno. Estoy nerviosa. Ya no hay vuelta atrás. 

Apenas me baje de este vehículo debo mostrar una sonrisa de oreja a oreja y fingir ser la mujer más enamorada del mundo. 

—Llegas tarde —me reclama mi prometido apenas me bajo del auto. 

—Lo siento. 

¿Cómo decirle que la puntualidad no es una de mis cualidades? 

Él no dice nada más, solo se remite a tenderme el brazo, como si estuviera a punto de caminar por el altar y no subir la escalinata de su palacete. 

Emito un profundo suspiro antes de aceptar el ofrecimiento y emprender el camino juntos. 

No me da tiempo de analizar la mansión con detalle, pues me conduce directamente hacia el patio trasero de la misma. No obstante, basta una mirada rápida para impresionarme y cuando llego al lugar en donde por lo visto se celebra la fiesta, me quedo de piedra. 

La Esposa del ItalianoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora