19.TOCAR EL CIELO

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Cassandra

El auto aparca frente a la fuente de la fachada de la mansión y me exaspera el ridículo protocolo de seguridad de los gorilas para poder salir. 

Al terminar la letanía, subo los escalones de dos en dos y entro a la casa como vendaval. 

—Buenas tardes, señora Di Lauro —el mayordomo me sigue el paso—. ¿Cómo...? 

—¿Dónde está mi marido? —lo corto al instante. 

—El señor todavía no llega. ¿Quiere que...? 

—Cuando llegue dile que me busque en la biblioteca —vuelvo a interrumpirle. Soy consciente de que estoy siendo muy grosera, pero me da igual. La sangre me hierve de la rabia. 

Camino por la biblioteca de un lado a otro en tanto vuelvo a repasar los documentos. Adriano ha comprado el treinta y cinco por ciento de las acciones del hospital y las ha puesto a mi nombre; lo cual me hace la socia mayoritaria del mismo. 

¿Por qué lo ha hecho? 

¿Pretende controlarme? 

Si es así, no pienso dejarle. 

Es ridículo que destaque una y otra vez la necesidad de limitarnos a las cláusulas de nuestro contrato cuando él es el primero que sobrepasa los límites. 

—¿Cuál es la urgencia? —por fin aparece el causante de mi furia. 

—Esto —le tiro los papeles encima—. ¿Me puedes explicar qué significa esto? 

—Pensé que eras una mujer lista. 

—Al parecer, ambos hemos cometido el error de subestimarnos —rebato.

—Esta —recoge el archivo del suelo— es una copia de la cesión de las acciones y títulos de propiedad del Hospital Palermo. 

—Sé leer —señalo con marcada ironía. 

—No sabes cuánto me alegra escuchar eso —me sigue la corriente, lo cual me enfurece más—. Comenzaba a asustarme.

¿Por qué él no puede enfadarse también? ¿Por qué nunca tiene expresión alguna en el rostro? ¿Por qué siempre se muestra tan indiferente? ¿Estará hecho de acero como indica su seudónimo? 

—Déjate de juegos —espeto cortante—. Sabes perfectamente a lo que me refiero. ¿Por qué lo hiciste? 

—El dinero es mío, me sobra y puedo hacer lo que me plazca con él —declara con tono neutro. ¿Cómo puede controlar sus emociones de esa forma?—. Ahora eres dueña del hospital, ya nadie puede echarte. 

—Las cosas no se hacen así, Adriano —le reprendo—. Me prometes libertad y me obligas a tener un doloroso enfrentamiento con mis padres. Intentas compensarlo y los sobornas. No te atrevas a negarlo —acallo sus protestas antes de tiempo—, sé que algo les ofreciste a cambio para que aceptaran nuestro matrimonio. 

Sin darme cuenta, me voy acercando a él poco a poco. 

»Quieres que el mundo respete mi posición y me compras un hospital como regalo de bodas —continúo—. ¿Qué será lo siguiente? —mis ojos verdes encolerizados se enfrentan al azul helado de los suyos—. ¿El premio Nobel de la Paz? ¿El Coliseo Romano? 

—Si los quieres te los compro. 

—¡No puedes comprarlo todo! —el chillido escapa de mi garganta. 

—Sí puedo —objeta él con una voz que inunda mis sentidos. No es arrogancia lo que destila su actitud, sino poder—. Para mí no hay límites, Cassandra. Ningún precio es demasiado alto. Lo que quiero, lo tengo... eventualmente.

La Esposa del ItalianoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora