9.CITA Y CONDICIONES

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Adriano Di Lauro

El chofer me abre la puerta del auto para salir mientras mi séquito de guardaespaldas me rodean hasta entrar en el restaurante. Ni siquiera necesito pronunciar mi nombre, pues soy cliente habitual del lugar y además, toda Florencia conoce el rostro y el nombre del Magnate de Acero. Por ello, las miradas se posan en mi figura cuando me dirijo hacia mi mesa. 

Por lo general, ceno en los reservados de los lugares para no llamar la atención pública, pero en este caso, me conviene que me vean. Mi presencia dará paso a rumores y la sociedad comenzará a hacerse preguntas respecto a la mujer que sale con Adriano Di Lauro. Cuanto antes comiencen a vernos en público, será mejor. 

—¿Lo mismo de siempre, señor Di Lauro? —inquiere el camarero con voz pausada. 

—Solo una copa de Château Pavie Decesse St. Emilion del dos mil diez por ahora —ordeno—. En cuanto entre mi cita, la hacéis pasar. 

—Descuide, todo está arreglado, señor. Permiso. 

Dejo transcurrir el tiempo mientras disfruto del maravilloso vino y verifico los valores en la bolsa. Este mes ha sido generoso en cuanto a las inversiones. 

—Buenas noches —la persona que esperaba aparece frente a mí con un deslumbrante vestido blanco de mangas largas que se ajusta de manera perfecta a su diminuta figura. 

«Muy adecuado para la ocasión.»

—Lamento la tardanza, el tráfico... 

—No se preocupe —me levanto de mi puesto para correr la silla hacia atrás e invitarla a sentarse como todo un caballero—. En realidad no esperé mucho. Bonito vestido. 

—Gracias. Muy oportuno, ¿no cree? —sonríe nerviosa antes de ocupar su puesto—. Yo... 

—¿Le parece si ordenamos antes de pasar al tema que nos ha traído hasta aquí? —propongo. Como siempre, soy yo quien domina el escenario. 

Tomo su leve movimiento de cabeza como una afirmación y llamo al camarero para ordenar. Sonrío de forma inconsciente al escucharla pedir una simple Ensalada Capresse. Al parecer, le gusta la comida italiana y solo para seguir la línea, pido una Piccata al limone con basilico. 

El ambiente se vuelve un poco tenso durante la cena mientras el silencio se instaura entre los dos. Soy consciente de las miradas curiosas sobre nosotros, al igual que ella. Sin embargo, mantiene el porte y la seguridad en todo momento. 

«Sí, con toda seguridad es la esposa perfecta para mí.»

—Tengo varias condiciones —por fin se decide a pronunciar palabra. 

—Soy todo oídos, doctora Reid. 

—Para empezar, puede llamarme Cassandra, así como yo intentaré llamarle Adriano —indica—. Si vamos a casarnos, deberemos tratarnos con cierto grado de confianza. 

—Estoy de acuerdo, Cassandra —concilio pronunciando su nombre en voz alta por primera vez—. Segunda condición. 

—Los niños —responde de manera escueta—. Usted quiere que sea su madre... Bien, pues como una debo tener la misma autoridad que us... tú —no emitimos sonido alguno por unos cuantos minutos—. No me malinterpretes, no me estoy refiriendo al ámbito legal. Solo quiero tener potestad para recogerlos en el colegio, castigarlos o recompenzarlos, infligir reglas, llevarlos de paseo... En fin, ejercer autoridad, responder por ellos y sus intereses. 

—¿Me estás pidiendo más responsabilidades? —pregunto sorprendido con un nudo en el estómago que me desconcierta. 

—Podré ser una esposa de mentiras —se acerca a mí todo cuanto le permite la mesa—, pero haré lo necesario para convertirme en la madre que esos niños necesitan. Puede que no me crea, pero ellos son las principal razón por la cual acepto esta locura. Si la situación fuera diferente, aunque me ofreciera el trabajo de mis sueños en bandeja de plata me lo pensaba dos veces. 

La Esposa del ItalianoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora