16.DESEO

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Adriano

Jamás pensé que disfrutaría tanto mi boda, pero lo hago. Mi recién estrenada esposa es una bailarina experta y me veo bailando un par de piezas con ella. Es sensual y a la vez delicada; una seductora nata. 

Ahora baila con mis hijos mientras yo lo hago con mi madre. Ver a los tres juntos resulta hipnótico y desata emociones enterradas hace mucho tiempo en mi interior. 

—Es una buena chica —comenta mamá siguiendo la dirección de mi mirada. 

—Lo sé —asiento al verlos sonreír despreocupados. ¿Cómo han establecido ese tipo de conexión? Ni idea, pero es algo muy extraño y sorprendente. 

—Será una buena esposa. 

Volteo a ver a mi madre para examinar su rostro con detenimiento. Algo ha cambiado.

—Pensé que la desaprobabas. 

—Eso era antes de saber que es la hija de Gibson Reid. 

—Te dejaste llevar por los prejuicios —señalo con tono reprobatorio. 

—Sí, lo admito. Sabes que no soy prejuiciosa ni achapada a la antigua en ese sentido —salta a la defensiva—. No apoyo los estigmas de la sociedad conservadora..., pero a veces no puedo evitar que las viejas costumbres dominen mi juicio. 

—Sin embargo, la aceptas por la posición de su familia —comento con marcada ironía. 

—No te niego que eso juega a su favor, pero no es la principal razón. La acepto porque mis nietos se han enamorado de ella y espero que tu lo hagas también. Además, ya sé de dónde viene —añade. La conozco a la perfección y puedo deducir las verdades implícitas detrás de sus palabras.

—Has investigado a mi esposa —concluyo sin dificultad alguna. 

—Y no puedes culparme por ello —emplea un tono acusatorio en tanto arquea las cejas para justificar sus acciones—. Después de todo, acabas de conocerla y la prisa por casaros era desconcertante. Aunque viendo a mis nietos, comienzo a entender tus razones. 

—¿No era esto lo que querías? —inquiero con molestia. 

Odio tratar estos temas, mucho más que cuestionen mis decisiones, pero contra ella no puedo luchar. En mi momento de mayor debilidad, Alexa Di Lauro estuvo ahí para recordarme quién era. 

—En parte —la música cesa unos minutos y posteriormente, la organizadora nos indica salir de la pista para tomarnos las fotos—. No te cierres, Adriano. Dale otra oportunidad al amor y hallarás la felicidad plena —besa mi mejilla antes de dejarme ir. 

¿Amor? El amor me destruyó una vez y se llevó cualquier rastro de buena fe hacia las mujeres. Jamás volveré a caer en esa ridiculez. 

Enfurezco de solo escuchar esa palabra, sin embargo, en estos momentos no puedo hacerlo con la imagen proyectada frente a mí. 

El vestido blanco escotado en la espalda se apega a su cuerpo como una segunda piel. Unas hebras de cabello dorado perfectamente rizadas caen sobre su rostro y otras sobre los hombros, mientras que el resto se encuentra recogido por una prenda de oro adornada con esmeraldas. Las esmeraldas sacan a relucir sus preciosos ojos del mismo color y la convierten en todo un espectáculo de magia a simple vista. 

«Digna de llevar el apellido Di Lauro.»

Tal vez no haya sentimientos de por medio, pero existen otros aspectos de vital importancia que sustentan mi elección. 

Camino hasta ella sin apartar la mirada de su cuello desnudo. Con solo una ojeada, puedo adivinar lo que esconde bajo la tela. Tomo posición a su lado para la fotografía, pero siento demasiada distancia entre ambos. 

La Esposa del ItalianoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora