22.DOMINADO POR LA IRA

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Adriano

Me quedo pasmado en mi sitio viendo cómo juegan juntos. No recuerdo cuándo fue la última vez que vi reír tanto a mis hijos ni que pasé un tiempo de calidad con ellos, jugando al aire libre. 

Cinco días. Solo cinco días casados y el cambio en la casa ya es notable. Incluso el aire que se respira es diferente. 

Bien entrada en la tarde, las actividades culminan y bajo las protestas de los chicos, subimos a arreglarnos para la fiesta de Año Nuevo. 

Al llegar a la habitación, ella se encuentra arreglando el atuendo para la noche, por lo que paso de largo y me dispongo a preparar la tina. Termino añadiendo esencia de frutas. 

El olor a fresas inunda mis fosas nasales. Justo el aroma que destila su piel.

No puedo evitar lanzar una sonrisa al aire. Después de todo, mi matrimonio está saliendo mejor de lo esperado. Aunque no contaba con la enorme atracción sexual que se ha desatado entre ambos. Mucho menos con esta sed de su cuerpo, la cual no se sacia sin importar cuántas veces la haga mía. 

Recuerdo la primera noche y el sentimiento de pertenencia aumenta. Fui el primero y me encargaré de ser el único. 

Salgo del cuarto de baño para tomarla entre mis brazos desde la espalda. Ella da un respingo al sentir el frío tanto de mis dedos en su cintura, pero se relaja de inmediato cuando deposito mis labios sobre sus hombros. 

—No hagas eso —me reclama. 

—¿El qué? —susurro rozando su oído izquierdo antes de morderlo. Me encanta la sensación de sentirla estremecerse en mis brazos. 

—Aparecer de repente —contesta mientras le doy la vuelta para quedar frente a frente, verde contra azul. 

—¿Te asusto, cara? —tomo un mechón dorado entre mis manos para llevarlo a mi rostro y absorber su aroma a fresas. Se ha convertido en mi fruta favorita. 

—Yo... —se queda muda al mismo tiempo que bajo las mangas de su suéter—. A veces. 

La insto a levantar los brazos para sacarle la prenda. Después procedo con el vaquero. 

—Lo único que deberías temer es a ser devorada por mí.

Ataco su yugular de un impulso en tanto deshago el broche del sujetador. Dejo un camino de besos por su clavícula, bajo a la cima de su busto. La estimulo a través de lamidas y pequeños mordiscos mientras dos dedos traviesos buscan sus bragas. Escuchar sus gemidos es mejor que presenciar "La Traviata" desde un palco privado. Luego, me acerco a sus labios y me embebo de su sabor. 

Hay pasión y las ganas por poseerla se vuelven agonizantes. Sin embargo, mantengo en control y continúo acariciándola sin prisa alguna. 

—¡Adriano! —protesta con una voz muy aguda al separarme. 

Llevo mis dedos a sus mejillas para acariciarle la piel. Es tan suave, fina y la ligera humedad a causa del sudor resulta muy agradable. 

—¿Tienes idea de cuán apetecible luces ahora mismo, cara? 

—Por favor... 

—¿Por favor qué? —la insto a seguir—. Pídemelo, cara. ¿Qué deseas? 

—A ti —jadea al rozar la cima de sus pechos contra mi torso aún cubierto por la camisa. Cuando le da por tomar la iniciativa pierdo el control, pero al contrario de lo esperado, me gusta—. Te deseo, esposo. 

No tiene que pedirlo dos veces. La ropa de ambos desaparece a la velocidad de la luz. 

—Voy a ensuciarte, cara —anuncio mientras le proporciono pequeños toques en su feminidad—. Luego te limpiaré con un baño de espuma para volverte a ensuciar —la tomo en brazos antes de tirarla sobre la cama—. Así lo haremos una y otra y otra vez. 

La Esposa del ItalianoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora