20.LLEGÓ EL REGALO

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Cassandra

Las fresas destilan un aroma increíble y lucen tan apetecibles..., pero no más que él. Me quedo embobada mirando cómo las corta en pequeños trozos y toma uno con el tenedor para acercarlo a sus labios con extrema lentitud. 

¿Cómo puede un simple movimiento despertar tantas sensaciones en mí?

De repente, clava el azul de sus ojos en mí antes de llevarse el fruto a la boca. Luego, mastica despacio sin dejar de mirarme en un gesto provocativo. 

¿Desde cuándo la comida se ha vuelto un instrumento sexual? 

Me remuevo inquieta en mi sitio para combatir el ardor repentino y entonces, hago una mueca de dolor. 

Un simple movimiento y cada músculo de mi cuerpo se resiente. Llevo dos días durmiendo muy poco, puesto que mi esposo no me da tregua. 

Tampoco es que pueda quejarme. Si hubiera sabido el placer que me esperaba al hacer el amor, tal vez no habría esperado tanto... Aunque algo me dice que lo vivido con Adriano, jamás lo experimentaré con ningún otro hombre. 

—¿Todo bien, cara? —pregunta con una sonrisa burlona. Él muy cabrón debe saber cómo me siento. 

—Estupendo —finjo mi mejor sonrisa para responder—. Termin el desayuno, Fede —indico al niño percibiendo sus intenciones—. Completo o no habrá fiesta de Año Nuevo para ti. 

—Genial —se enfurruña más—. De igual forma odio esas fiestas. 

Bueno, alguien amaneció de mal humor hoy. 

Termino de escribirle a mi secretaria para prestarle total atención al adolescente precoz. Todavía no he podido averiguar el dueño de los mensajes misteriosos. No lo he hablado con Adriano, pues no creo que el asunto vaya más allá de una mala broma. 

—Tampoco habrá juego —advierto.

—¡Papá! —protesta buscando el apoyo del mencionado, quien entrecierra los ojos hacia él en una clara señal de que no moverá un dedo—. ¡No me gusta la fruta! ¡Quiero chocolate! 

—No es hora de comer chocolate —señalo. Su adicción por los dulces es extrema y eso puede perjudicar su salud a largo plazo.

—Yo como chocolates cuando quiero —manifiesta con una mirada penetrante idéntica a la de su padre. Sin embargo, no me asusta. 

Federico Di Lauro está acostumbrado a que el mundo baile a su son. Cuando alguien le contradice, siempre busca la manera de salirse con la suya.

«Digno hijo de su padre.»

Necesita límites, reglas y yo me encargaré de imponerlas. Por supuesto, no será algo de la noche a la mañana. 

—Ya no —declaro con un tono despreocupado, pero firme—. Hay un horario para todo, Fede. 

—¿Desde cuándo? 

—Desde ahora —contesto. Emito un pequeño suspiro antes de acercar mi silla a la suya—. Vamos a hacer algo —propongo—. Dejemos la fruta a un lado... por hoy —aclaro con firmeza—. Te comes las tostadas con los huevos más el zumo y quedamos en paz. 

—¿Y los cereales con leche? —inquiere mientas deja ver una mueca de asco al mirar el tazón. 

—Lo intentaremos mañana —delibero. A sus siete años, el pequeño es un auténtico negociante—. ¿Te parece? 

—¿Después puedo ir a jugar? 

—Todo el día si quieres —tomo una tostada, le unto un poco de mantequilla y coloco una porción de Omelette Italiano encima—. Pruébalo, verás qué rico. 

La Esposa del ItalianoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora