"Donde acaba tu boca, ahí es donde empieza la mía"
Mario Benedetti
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14 de mayo, 1985William no recordaba mucho de lo que sucedió antes de que cayera al piso y menos lo que transcurrió después. Eran más como pequeños fragmentos que aparecían en su mente al tratar de hacer memoria.
Lo único que logra recordar a la perfección es el fuerte, brutal y agudo dolor de su hueso rompiéndose al caer; el grito de Marilyn, la forma en la que sintió como su hombro era encajado y la mirada preocupada de Artem.
Esos tres momentos eran los que estaban plantados en su mente de forma imborrable y eran los que recordó al despertar de la operación antes de que apareciera frente a él con esa mirada que pocas veces había admirado en los celestes ojos de su hermana. Antes de que la chica lo confrontara, mostrándole que había llegado a su propio limite y ya era hora de hablar o estaba seguro de que su hermana perdería la cordura, si es que aun le quedaba.
William suspiraba al pensar en ello porque sabía perfectamente que ya no había forma de zafarse de Rosé, evadir la conversación o mentirle, su hermana lo dejó más que claro que descubriría la verdad sin importar nada más.
Rosemary ya sabía que escondía algo y que involucraba a Charles, aunque la chica no lo dijo directamente, probablemente ya tiene una teoría sobre lo que sucede. Ahora William estaba obligado a decírselo porque de niños prometió jamás mentirle en la cara, le prometió siempre decirle la verdad. Quizás le falló a la promesa al ocultarle información, pero mentirle en la cara no era lo mismo que ocultar algo y él se negaba a ser un hombre tan mentiroso como Charles.
El mayor miedo de William Hamilton era terminar siendo un hombre como su padre y quizás estuvo tan cerca de serlo que quebrarse el maldito brazo fue la forma en la que... lo que sea que esté por sobre ellos, le dijera que era momento de detenerse.
William no era creyente de ninguna religión, no creía en nada, aunque aquello lo ocultaba de sus padres extremamente religiosos, pero el chico a veces dudaba de si realmente existe algo o no, al menos en ese momento lo hacía.
Quería darle un motivo a la desgracia a su hueso roto que escapara de sus manos, quería verlo de otra forma para así no ahogarse en su miseria creyendo que era el humano más odiado por el universo.
Como un niño quería creer en las señales como un día hace muchísimos años creyó en la magia de las estrellas.
La puerta de su habitación fue tocada, sacándolo de su propia mente. Miró la hora, pensando en que su hermana se había tardado en venir a él para hacerlo cumplir su promesa. Llevaba solo diez minutos en la mansión, pero Will pensaba que Rosé no tardaría dos en ir por él.
—¡Adelante! —gritó, acomodándose en la cama, agradeciendo internamente a los analgésicos que le recetaron.
Sus ojos fueron a la puerta negra, el contraste de la cabellera rubia de su hermana con la pintura era muy brusca, así que se dio cuenta de que ella había abierto la puerta aunque esta no emitió ni un sonido.
Rosé llevaba un vestido amarillo con estampado de margaritas, una diadema blanca y su rostro se veía más iluminado gracias a unos toques de maquillaje en sus pestañas, pómulos y labios. Parecía como si se hubiera arreglado para una cita y eso puso algo curioso a William.
—¿Ya estás instalado? —la pelirrubia preguntó mientras caminaba hacia el interior de la habitación, sin quitarle la mirada de encima— ¿Cómo te sientes?
William conocía a su hermana a la perfección, o eso era lo que creía, pero estaba seguro de que sin importar el tiempo que pasara, Rosé jamás lograría cambiar esa mirada que ponía cuando se preocupaba por alguien, pero trataba de ocultarlo. Esa mirada que escondía para cuidar de las personas, ignorando la angustia que ella pudiera sentir.
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Juventud En Primavera
Romance«¿Crees que el amor tenga límites?» El polvo cayó cuando la puerta fue abierta y el lugar fue limpiado del pasar de los años, despojándolo de este. Y, solo cuando estuvo completamente limpio, aquel baúl, escondido en el entre techo, se mostró. "La c...