15. En la cima del mundo

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Estamos tan acostumbrados a disfrazarnos para los demás, que al final nos disfrazamos para nosotros mismos.

-François de La Rochefoucauld



Hace dos años

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Hace dos años

—Aléjate de ella, no quiero tener que volver a repetírtelo.

—Pero... —susurré tragando con fuerza e intentando hacer acopio de valentía—. No me puedes pedir eso. ¿No ves que ella me hace sentir real?

Como respuesta solo obtuve una carcajada que me heló la sangre mientras él se dedicaba a pasar las páginas de mi libreta, leyendo por encima y poniendo caras de asco.

—Estar con ella me recuerda que en la vida existe algo más que solo sobrevivir, y que incluso entre las ruinas puede haber algo bonito.

—No quiero que te acerques a Alyson nunca más —Me devolvió la libreta, arrancando un par de páginas y rompiéndolas en pequeños pedazos—. Ella me eligió y no vas a querer que te de otro aviso, ¿verdad?

Asentí con la cabeza, notando como me palpitaba el ojo derecho, el cual debía estar hinchado y amoratado.

—Ese es mi hermanito —Miró la pantalla del móvil antes de clavar sus ojos azabaches en mí—. Si quieres seguir en la cima no me toques los cojones.



¿Qué se siente al estar en la cima del pico más alto? Estar arriba del todo es engañoso, pero sobretodo peligroso. Te sientes intocable, incluso superior al resto, como si los problemas de la vida cotidiana no tuvieran que ver contigo. La presión atmosférica y la falta de oxígeno pasan desapercibidas cuando todo tu entorno gira al rededor de ti. He pasado tres años alocados, dejando que el resto me subiera sin esfuerzo hacia un puesto que siempre me quedó grande, dejando que vieran una parte superficial de mí, algo intangible y fuera de cualquier alcance. Me moldeé para enfrentar las repercusiones de mi existencia y mis decisiones, ignorando a los demás en el esfuerzo de no desviarme de mi ruta que creía clara, siendo el centro de mi propio universo en el fútbol, el instituto y las fiestas. Sin embargo, ese aislamiento en la cumbre trae una verdad inquietante: el frío desgarrador de la soledad. La altura, aunque embriagadora, me cegó ante la realidad de que todos necesitamos un ancla, alguien que nos recuerde nuestra humanidad y vulnerabilidad ante las capas de grandeza y endiosamiento con las que te acostumbras a vivir. Las lecciones más duras llegaron en forma de fracasos y pérdidas, momentos en los que buscaba desesperadamente un oído amigo o un hombro sobre el que llorar, solo para darme cuenta de que había construido un muro tan alto a mi alrededor, que incluso rodeado de gente me seguía sintiendo solo. Desde la partida de Alyson me había alejado de todo aquel que me conocía de verdad y que podía entender mi historia. No necesitaba las miradas de pena, la compasión, ni la ayuda ni comprensión. Solo quería sentirme libre y olvidar durante unas horas la cicatriz enorme que me recorre el cuerpo, recordándome cada día lo realmente roto que me siento por dentro.

Antes de la Apuesta (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora