17. Cicatriz que no sana

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"De lo que tengo miedo es de tu miedo."

-William Shakespeare


Cuando llego a casa camino torpemente hacia la cocina, abriendo la puerta trasera que conecta al jardín y me dejo caer sobre el césped suave y húmedo

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Cuando llego a casa camino torpemente hacia la cocina, abriendo la puerta trasera que conecta al jardín y me dejo caer sobre el césped suave y húmedo.  En ese momento todo a mi al rededor comienza a dar vueltas, solo manteniéndome en la realidad el dolor palpitante que siento en los nudillos entumecidos. Cierro varias veces las manos, dejando que el escozor me alivie y contemplando el cielo despejado plagado de estrellas. Respiro hondo, el frescor de la noche, sumado a la brisa gélida que mece las hojas de los árboles de forma violenta, me calma un poco. No puedo borrar de mi mente la cara de Alyson, que entre lágrimas me contemplaba con excesivo terror. La opresión en mi pecho se acrecienta cada vez que inhalo aire y lleno mis pulmones, las ganas de llorar me escuecen en los ojos, pero no me permito llorar. Como puedo me levanto, limpiando los rastros de césped húmedo que deja surcos de suciedad en mis pantalones y me abrocho la chaqueta con dificultad en un movimiento lento y tedioso. Me pongo la capucha y respiro profundamente antes de empezar a correr, saliendo de casa y recorriendo los alrededores a toda velocidad. Me detengo abruptamente ante el pinchazo se cuela en mi estómago, retorciéndose, y me inclino hacia delante, posando las manos en mi barriga cuando un regusto ácido sube por mi garganta. Una arcada, dos. Trago con dificultad. Siento una necesidad de vomitar que se intensifica conforme pasan los segundos, intentando mantenerme en pie mientras lucho con las náuseas que me acaban ganando y me doblo sobre mí mismo, dejando que el líquido amargo y espeso salga disparado de mi boca, salpicando el suelo y mis Converse nuevas.

Me siento débil y mareado, pero el malestar parece disminuir después de vaciar mi estómago, por lo que me limpio la boca con la manga de mi jersey antes de toser. Me arde la garganta y solo puedo escupir la saliva que se amontona en mi boca pastosa. Suspiro y me apoyo contra una pared mientras la cara magullada de Paul gira en mi mente acompañada de unos ojos grises que me observan llorando presos del pánico. Me abrazo cuando el frío de la noche, sumado a la lluvia que empieza a caer cala mi ropa, y decido que lo mejor es volver, dejarme caer en la cama y esperar que todo esto solo haya sido una pesadilla de mal gusto.  Camino con lentitud, mirando mis pies torpes que avanzan arrastrándose hacia el camino de la entrada de mi casa. Suspiro al llegar a la puerta, peleándome con esta para poder abrirla y atravieso el umbral del salón, donde la luz de la lámpara de suelo me indica que no estoy solo en casa. Al doblar la esquina para subir las escaleras me encuentro con mi padre que sale de la cocina, el cual frunce el ceño al verme.

—¿Qué te pasa? —pregunta, arrugando la nariz al percibir el olor a alcohol y vómito que emana de mí.

—Me sentó mal la comida —murmuro, evitando su mirada directa.

—¡Apestas a alcohol! —exclama, con una mezcla de disgusto y decepción en su voz—. ¿Has estado bebiendo otra vez?

Intento explicarle lo que pasó, con excusas baratas y mentiras, pero su reproche me hace sentir aún peor. Me paso las manos por el pelo, grave error. Robert coge mis manos entre las suyas, observando mis nudillos hinchados y llenos de sangre con unos ojos cansados.

Antes de la Apuesta (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora