29. Perdón

64 5 1
                                    

"El perdón no cambia el pasado, pero amplía el futuro."

-Paul Boese

El nombre de Andrew, acompañado de la mirada que me ofreció Leia, me estremeció y me golpeó en el pecho con fuerza, un impacto seco y doloroso como si de una bala se tratase

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

El nombre de Andrew, acompañado de la mirada que me ofreció Leia, me estremeció y me golpeó en el pecho con fuerza, un impacto seco y doloroso como si de una bala se tratase. Camino por la calle desierta, arrastrando los pies mientras la voz de la pelinegra se repite en un eco continuo que me martillea en la cabeza, acompañado de los fragmentos de aquella noche. La sangre, mi sangre, manchando la hierba, el dolor de la herida que me abría en canal, el pensamiento de que era mi fin y el sonido del disparo que retumbó por todo el bosque. Disparo que escuché antes de que todo se tornara negro y que creí un sueño, que acabó con todo lo que una vez fue mi hermanastro, lo que podría haber sido. Pero mi último pensamiento antes de despertar en el hospital, fue Alyson y desee con todas mis fuerzas, rezando a lo que estuviera ahí arriba, si es que existía algo, que ella estuviera bien.

—A veces no existe el tiempo suficiente.

¿Es eso? ¿Es que nunca tuvimos tiempo suficiente para arreglarlo? ¿O simplemente no supimos cómo? Quizás lo dejamos marchitar, dejamos que Andrew se hundiera en la soledad sin tenderle una mano, quizá...

Gruño a la oscuridad conforme el frío se empieza a extender por mi cuerpo, aparto el cabello de mi frente, despeinado por el viento,  y acelero el paso. No quiero volver a casa ahora mismo, ni tampoco responder a la llamada perdida de Alyson que tengo en mi móvil. Cuando observo a mi al rededor, veo que estoy a solo unos minutos andando de la casa de Paul, y la necesidad de beberme un whisky con él parece urgente. Sin siquiera pensarlo, me aproximo a su calle, pensando en cómo llegamos a este punto de no poder ni mirarnos a la cara, y si hay alguna posibilidad, por ínfima que sea, de arreglar lo roto, así como no pude hacer con Adrew.

Cuando llego a la puerta de su casa, levanto los nudillos para tocar a la puerta, pero me detengo, y antes de que pueda girar sobre mis talones e irme arrepentido, la puerta se abre lentamente.

Paul aparece en el umbral, ataviado con un pijama de cuadros negros y con una expresión de sorpresa, pero sobretodo de cansancio. Tiene su color castaño natural en el pelo y unas ojeras profundas a causa de demasiadas noches sin dormir. Suspiro y se cruza de brazos, esperando a que diga algo, pero la voz no sale del interior de mi garganta.

—Te vi desde el tejado —dice, rompiendo el silencio incómodo—. Estaba allí sentado, fumándome un porro.

La mención del porro me hace recordar los meses previos en los que había convencido a Zack para que le pidiera maría. Aunque sinceramente, aquello de fumar, y sobretodo hierba, no me gustaba en lo absoluto, al menos me ayudó a sobrellevar el dolor que sentía dentro cada vez que veía a Alyson.

—¿Qué quieres? —Levanta una ceja, lanzando un gruñido de molestia, sin quitar su expresión ,casi cómica, de enfado del rostro.

—No sabía si me abrirías la puerta, o si querías hablar conmigo —admito, mordiendo el piercing de mi labio con nerviosismo—. Pasaba por aquí y pensé que podría... intentar arreglar las cosas.

Paul me observa en silencio por un momento. Sus ojos se clavan sobre mí con demasiada fuerza, por lo que tengo que apartar la mirada, carraspeando. Finalmente, hace un gesto hacia el interior de la casa.

—Tienes suerte —dice dándome la espalda y comenzando a caminar—. Mi padre no llega hasta la madrugada.

Paso y cierro detrás de mí, dejando que el olor a madera vieja de sus muebles me envuelva, recordando lo que echaba de menos poder pasar aquí las horas. Contemplo la foto del mueble de la entrada, donde Paul, más pequeño y disfrazado de calabaza, sonríe abrazando a su padre, Frank, un hombre que a pesar de no llegar a los cuarenta años, tiene el rostro surcado de arrugas prematuras, fruto de los años de trabajo duro como camionero y las noches de cerveza. Aún así un buen tipo que se había dejado el pellejo por darle lo mejor a su hijo después de que la madre de este los abandonara cuando tan solo era un bebé.

Me siento un momento en el sofá, mientras Paul se dirige a la cocina, y tamborileo con los dedos encima de mis muslos, sin entender muy bien por qué aún no habían puesto un televisor en el salón. Escucho el sonido de la nevera abriéndose y el tintineo de los vasos, y yo solo puedo observar de un lado a otro la estancia que tan bien conozco y que no ha cambiado para nada, si acaso las revistas de coches abiertas sobre la mesa de cristal, justo al lado de la botella de Jack Daniel's a la mitad. Tras unos minutos, Paul regresa con dos  vasos con hielo en la mano, uno para él y otro para mí. Se sienta en el sofá continuo al mío, llenando los vasos y tendiéndome uno.

Agarro el vaso, moviendo mis labios en silencio en un gracias y do un sorbo, sintiendo como el líquido, al que ya me he desacostumbrado, me quema la garganta y me proporcionao una sensación de alivio momentáneo. Paul hace lo mismo, sin dejar de observarme como si me analizara.

—Lo siento por lo que te hice —empiezo, moviendo el vaso en mis manos—. No sé si hay una forma de arreglarlo, pero esto de no contar contigo es una mierda.

Paul toma un largo trago de su whisky, sin apartar la mirada de mí. Sus ojos se achinan y su frente se arruga.

—¿Hablar? —repita, con una risa seca—. ¿Eso es lo que quieres hacer? Después de romperme la puta cara sin siquiera preguntarme, ¿ahora quieres hablar?

Dejo el vaso encima de la mesa y me paso la mano por el pelo, mordiéndome el labio. Tiro del cuello de mi camiseta, intentando coger aire.

—Sí, hablar. Y pedirte perdón —digo con suavidad, mirándolo a los ojos—. Sé que no hay palabras que puedan borrar lo que hice. Estaba desesperado, confundido, y simplemente... no puedo controlarme. No.. No puedo.

Un escalofrío me recorre el cuerpo al decir esas palabras en alto. Me miro las manos, que tiemblan ligeramente, y vuelvo a sostener el vaso, dando un trago que acaba con todo el interior.

—¿Y qué se supone que debo hacer con eso? —pregunta con ironía—. ¿Cómo se supone que debo reaccionar ante tu arrepentimiento cuando, aún siendo un amigo que siempre ha estado ahí para ti, con todas tus mierdas, dejando que me trataras como a una basura, me miraste con un odio que nunca había observado en ti?

Paul deja escapar una risa amarga, como si las palabras mismas le causaran dolor. Su mirada se endurece mientras se sirve otro vaso, esta vez sin mirarme.

—No sé cómo esperas que te responda —admito—. Me avergüenza mirarme y ver en lo que me he convertido, dejando que la ira y el dolor me consuman, fallando a todos y rompiendo todo, como Andr...

—Shh —dice, levantando la mano para que no siga—. Mira, no te voy a perdonar ya, ni voy a olvidar lo que hiciste, pero si estás jodido aquí estoy.

Suelta un suspiro prologando, quitándome el vaso de las manos y sirviéndome otra ronda.

—Gracias —consigo decir, y él me sonríe de la misma manera en la que lo ha hecho todos esos años.

Con comprensión, pero sobretodo con cariño, como si aún fuésemos hermanos.

NOTA AUTORA:  Si estás disfrutando la historia, no olvides votar y dejar tus opinión en los comentarios

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

NOTA AUTORA:  Si estás disfrutando la historia, no olvides votar y dejar tus opinión en los comentarios. ¡Tu apoyo significa mucho! ❤️

Antes de la Apuesta (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora