31. Sin epitafios

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"La única forma de escapar del dolor, es enfrentándote a él. Solo cuando lo conoces y lo saludas como a un viejo amigo, la herida deja de supurar".

-Waditah Write

Después de despertarme empapado en sudor, con la misma parálisis del sueño, en la que los dedos de mi hermano me aprietan el cuello, me he dado cuenta que no puedo seguir huyendo del pasado, esperando que en cualquier momento mi mente lo olvide y ...

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Después de despertarme empapado en sudor, con la misma parálisis del sueño, en la que los dedos de mi hermano me aprietan el cuello, me he dado cuenta que no puedo seguir huyendo del pasado, esperando que en cualquier momento mi mente lo olvide y deje de auto compadecerme, flagelándome por lo ocurrido. Permitiéndome no solo hacerme daño a mí, si no al resto de personas que me rodean, creyendo que es una razón valida para destruirme, —o destruirla—, en el proceso. Por eso estamos aquí, a las diez de la mañana, de pie frente de la tumba de Andrew, mirándola fijamente como si eso nos fuese a dar las respuestas. 

Seis de febrero, el aniversario de su muerte.

Observo a Alyson por el rabillo del ojo, su mirada vacía y carente de brillo, y sus dientes apretando con fuerza su labio inferior. Sus ojos siguen fijos en la losa gris, vacía de todo mensaje, sin más que su nombre y la fecha. Sin epitafio. Sin palabras que lo recuerden, lo honren o expliquen lo que fue. Porque, ¿qué se puede decir de alguien como Andrew? Al menos alguien sigue trayendo flores. Hay un ramo de gerberas rosas demasiado reciente a los pies. Alys se agacha lentamente y toma una de las flores entre sus dedos, temblando, y la gira con cuidado, acercándola a su nariz. Aunque su expresión no cambia, su ceño se frunce levemente.

—¿Sabes quién las trae? —pregunto en voz baja, y niega con la cabeza, dejando resbalar la flor entre sus manos, que cae delicadamente sobre la tumba.

—Y tampoco me importa —responde fríamente cuando se incorpora, dando varios pasos hacia mí y agarrándose de mi brazo con fuerza—. Nadie que lo conociera realmente, lo haría.

Me paso la mano por el pelo, en silencio, buscando la mano de Alyson, para entrelazar nuestros dedos y acariciar sus nudillos.

—No deberíamos haber venido —murmura al cabo de varios minutos incómodos—. ¿Qué vamos a decir si ni supieron escribirle un epitafio?

—Lo importante no es lo que tengamos que decirle, si no lo que tenemos que decirnos a nosotros mismos.

Alyson suelta una risa amarga, casi como si se burlara de mis palabras, y se aparta sutilmente, dándome la espalda, abrazándose a sí misma con fuerza, pasando la vista de una lápida a otra.

—¿Qué quieres que me diga a estas alturas? —dice con la voz entrecortada y el labio inferior temblando—. Está muerto. Se fue solo. Fin.

El viento vuelve a soplar con fuerza, levantando algunas hojas secas que se arremolinan a nuestros pies.

—No se fue solo —suelto en un susurro, poniendo mi mano sobre su hombro—. Se llevó con él algo nuestro. Y pensé que si veníamos...

Se gira, alzando la cabeza para quedar cara a cara y vuelve a negar.

Antes de la Apuesta (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora