24.- Todos necesitan consuelo

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Mo Xi sostuvo en sus brazos a Shang Jie, que no dejaba de llorar.

—Han lastimado a papá —decía entre sollozos.

—Papá va a estar bien —susurró Mo Xi, ignorando la mirada acerada de Mo Ran.

Sabía que en sus ojos vería un reproche velado: "no le mientas así". Pero su pequeña hermana no tenía porqué pensar en esas cosas, lo mejor era que mantuvieran la esperanza. Al menos sus hermanos menores. HuaiSang se había quedado dormido al poco tiempo, y fue cuestión de tiempo para que Jie también lo hiciera.

Solo tenía seis años, y debía madurar tan repentinamente.

—Papá está muerto —dijo Mo Ran con acritud. Su voz tembló cuando añadió—. Mamá nos abandonó.

—Mamá no nos abandonó —dijo Mo Xi—. Va a salvar a papá. Va a volver.

—¡No van a volver!

Mo Ran se echó a llorar, cubriéndose la cara con las manos. Mo Xi se acercó a él y lo abrazó, sintiendo alivio de que su gemelo no lo rechazara, susurrando palabras de aliento a su oído hasta que su hermano se desahogó por completo.

—Mo Xi, ¿de verdad crees que volverán?

—Estoy seguro, Mo Ran. Vendrán por nosotros.

Habían pasado semanas desde que llegaron a la casa de la familia Shi, en Chonghua. Shi Yan era muy amigo de Shang QingHua, por lo que cuando todo se desató, ellos cuatro pudieron salir camuflados entre los guardias del ministro sin levantar sospechas. Los hijos de Shi Yan los recibieron con los brazos abiertos y les ayudaban a sobrellevar su situación. Pero había veces en las que la realidad de lo sucedido caía sobre ellos y el temor de no saber lo que pasaría con ellos los atenazaba con fuerza.

Al final, Mo Ran también se quedó dormido al lado de Shang Jie y Shang HuaiSang; y Mo Xi aprovechó el momento para salir del lugar. Le gustaba salir al patio y contemplar el cielo, admirar las estrellas en soledad le ayudaba a calmar su espíritu; algo que necesitaba ya que parecía que era él quien debía convertirse en el pilar de los demás.

—¿Puedo sentarme?

La voz de Shi WuDu sacó a Mo Xi de sus pensamientos, y el niño asintió sin apartar la mirada del cielo. Admiraba lo centrado que era a pesar de ser solo tres años mayor que él, admiraba la relación que tenía con sus hermanos y que él deseaba forjar con los suyos. Su porte ofrecía confianza, y fue cuestión de tiempo para que Mo Xi, inesperadamente, confesara en un susurro:

—Tengo miedo.

—Es normal que lo tengas —dijo Shi WuDu con calma.

—No puedo tener miedo. Debo cuidar de mis hermanos.

—¿Y quién cuidará de tí?

—Puedo cuidarme solo.

Shi WuDu se sentó frente a Mo Xi y puso las manos en sus hombros antes de abrazarlo. Shang QingHua le había ayudado a proteger a su hermano, lo menos que podía hacer era proteger a sus hijos, aunque solo fuera un infante de 10 años; vería por ellos como lo hacía por su familia.

—Todos necesitan consuelo —dijo—. Incluso los más fuertes.

Mo Xi se acurrucó en el regazo de Shi WuDu, y comenzó a llorar. ¿Y si Mo Ran tenía razón? ¿Si sus padres no volvían? ¿Qué sería de ellos? Desechó esos temores del mismo modo en que llegaron, no podía desanimarse. No iba a perder la esperanza.

La fabulosa transmigración de Shang QingHuaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora