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—¿¡Dónde está Pian Rao!?

Los demonios de las bodegas estaban frenéticos. Apenas habían abierto la puerta para echar adentro unas cosas que su señor había pedido cuidar y encontraron todo un desastre dentro: todo, absolutamente todo, había sido destruido, licuado, derretido y todo lo que termine en "ido" y significara desastre.

Lingguang-Jun los iba a asesinar si veía esto. Mierda, ellos iban a asesinar a ese escriba mudo si llegaban a ponerle las manos encima, lo iban a colgar de los pies para darle...

El filo de una espada había sido lo último que vieron antes de que sus fantasías homicidas fueran cortadas de tajo, al igual que sus cabezas, las cuales rodaron por el suelo mientras sus cuerpos se desplomaban y se disolvían para ser parte del desastre del suelo. CangSe SanRen se deslizó fuera del lugar y bloqueó las puertas, usando un talismán de ilusión para ocultar las puertas y evitar que alguien más entre. Durante su estancia en el Desierto del Norte, había aprendido que la mayoría de los demonios eran medio lerdos o tenían un grave déficit de atención. Nadie extrañaría la bodega hasta que fuera demasiado tarde.

—Le dije que no debía actuar impulsivamente... —se quejó en voz baja, pero de todas formas no juzgó tan duramente a su compañero.

A CangSe SanRen no le costó trabajo ponerse en el lugar de Shang QingHua ya que, a su modo, había pasado por lo mismo: tanto ella como su esposo se habían enfrentado a una bestia del Reino Demoníaco, con un poder inconmensurable al que no pudieron hacer frente. Estando al borde de la muerte, ambos se habían aferrado a la vida por su pequeño hijo: no podían dejar solo a Wei Ying, ¿quién cuidaría de él si ellos no estaban? De mutuo acuerdo, la pareja se dedicó al cultivo fantasmal, renunciando a su aura de vivos para cultivar la energía mortuoria que anclaría sus almas a sus cuerpos malheridos. Si ella se hubiera visto obligada a separarse de su hijo, sin duda no actuaría de forma racional.

Pero esto...

—¡Atacan al señor! —gritó alguien.

—Ay, mierda.

CangSe SanRen corrió hacia la habitación de Lingguang-Jun, preparada para lo que sea que fuera a enfrentar.

La fabulosa transmigración de Shang QingHuaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora