4.- El destino parecía estar de su lado

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Mobei-Jun observó a Shang QingHua con algo de curiosidad mientras le servía un plato de congee perfectamente humano.

—¿Por qué no podemos comer en el palacio? —preguntó el demonio.

No es que le molestaran las atenciones de su consorte, para nada: Mobei-Jun apreciaba que Shang QingHua se tomara el tiempo de hacer algo por él, pero le intrigaba el recelo repentino que el humano parecía tener.

—Creo que el Palacio de Hielo no es el mejor lugar para criar a nuestros cachorros —dijo Shang QingHua, sentándose a su lado para mimar a Mo Ran, que se agitaba en su cunita—. Dawang no lo nota, pero hay demonios que miran mal a mis niños.

Eso, en realidad, era una mentira, pero a Shang QingHua no le importó: todo era parte de su plan. Debía hacer que Mobei-Jun sospechara de su corte, lo justo para ponerse a investigar de ser necesario, pero no para llegar al extremo de volverlo paranoico. Estaba pavimentando el camino para evitar la rebelión que le quitaría todo.

—¿Quién osaría hacer algo así? —preguntó Mobei-Jun, probando el congee mientras cargaba a Mo Xi con un brazo.

—No me atrevería a ser irrespetuoso con la corte de Dawang señalando al azar —dijo Shang QingHua.

Mo Ran comenzó a agitarse, extendiendo los brazos, y Shang QingHua lo abrazó con ternura. Recordó el momento de su muerte, el odio en los ojos de su hijo mientras asesinaba a la gente de su secta, a sus propios hermanos, hasta llegar a él. Recordó el dolor reflejado en los ojos de sus hijos menores, la decepción en la mirada de Mo Xi, la resignación cuando la espada de Mo Ran cortó su cuello lentamente...

Shang QingHua no podía permitirse olvidar eso, al ser justo lo que deseaba evitar.

•••••

—Shizun, tiene visita de parte de Chonghua.

Shang QingHua sintió un escalofrío recorrer su columna. Chonghua era la capital del reino superior, gobernada por el clan Murong. Su hijo Mo Xi había estado muy involucrado con aquella familia para bien y, más que nada, para mal. El señor de An Ding no tenía buena impresión de Chonghua, pero no se podía permitir ofenderlos así que accedió a ver al visitante.

Cuando se dio cuenta de quién era, sintió que el destino parecía estar de su lado.

—Fuling-Jun, sea bienvenido a la cumbre An Ding —dijo, saludando a Mo Qingchi—. ¿En qué le puedo ayudar?

La fabulosa transmigración de Shang QingHuaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora