𝕮𝖆𝖕í𝖙𝖚𝖑𝖔 33

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Minho.

Entré en la empresa con una sensación de determinación palpable.

Atravesé el elegante vestíbulo de mármol, saludando a los empleados a lo largo del camino. Cada uno de ellos respondió con una sonrisa educada y un “Buenos días, señor Minho”, reafirmando mi posición como líder y respeto que había ganado a lo largo de los años.

Llegué al ascensor, un cubículo de cristal que sobresalía del resto del edificio, y presioné el botón para el último piso. Mientras el ascensor ascendía lentamente, mis pensamientos, como si fueran guiados por una fuerza invisible, volvían inexorablemente a la noche anterior. Recordé las miradas intensas y cargadas de Jae Wook dirigidas hacia Han, cada una de sus palabras resonando en mi cabeza como un eco siniestro.

La imagen de su rostro no podía borrarse de mi mente, y cada detalle de esa interacción venía acompañado de un malestar creciente. Mi rostro, normalmente calmado y sereno, se endureció al rememorar ese momento, los músculos de mi mandíbula tensándose a medida que la ira se apoderaba de mí. Mi puño se cerró involuntariamente, una reacción física a la turbulencia emocional que me embargaba. La ira, como un volcán a punto de estallar, hervía bajo la superficie de mi piel, amenazando con desbordarse en cualquier momento.

El ascensor se detuvo con un suave zumbido y las puertas de cristal se abrieron para revelar el último piso. Salí y caminé por el pasillo alfombrado hasta mi oficina, abriendo la puerta con una llave especial. Mi oficina era un santuario de quietud y privacidad, con vista a la ciudad desde la ventana panorámica.

Entré y dejé mi maletín en el escritorio de madera de caoba, sacando un paquete de café instantáneo del cajón superior. Mientras el agua caliente llenaba la taza, mi mente continuaba dando vueltas. Recordaba cada sonrisa, cada mirada, cada palabra de Jae Wook. Me encontré firmando contratos pendientes con una fuerza que no sabía que poseía, las palabras de Jae Wook resonando en mi mente como un eco.

Entonces, después de un prolongado silencio, la puerta se abrió lentamente con un chirrido apenas audible y Jae Wook entró en la habitación. Su sonrisa habitual, tan familiar y tranquilizadora, estaba firmemente dibujada en su rostro.

Sin decir una palabra, me saludó de manera formal con un respetuoso asentimiento de cabeza, un gesto que habíamos adoptado desde nuestros primeros días de trabajo juntos. Luego, con movimientos metódicos y deliberados, se dirigió a la pequeña cocina de la oficina y se preparó su café habitual, como si fuera una rutina sagrada que no podía ser interrumpida.

Una vez que su café estuvo listo, volvió a la sala principal de la oficina y eligió sentarse frente a mí en la cómoda silla de cuero, que estaba exactamente opuesta a mi escritorio. Una vez instalado, me miró con curiosidad, su mirada llena de expectación.

—¿De qué querías hablar, Minho? —preguntó con su tono casual e indiferente, como si la tensión de la situación no le afectara en lo más mínimo.

Tomé una profunda y calmada respiración, permitiendo que mi ira se disipara lentamente antes de emprender el difícil diálogo que tenía por delante.

—Acerca de lo sucedido la noche de ayer —comencé, mi tono de voz era serio y controlado, marcando la gravedad de la situación. —No voy a permitir que sigas comportándote de esa manera con Han. Han no es solo una persona cualquiera para mí, él es mi compañero, mi confidante, mi todo. No es un simple objeto de diversión o un juguete con el que puedes jugar a tu antojo.

Las palabras fluían de mi boca con fuerza y determinación.

Jae Wook se quedó en silencio, permitiendo que el silencio llenara el espacio entre ellos durante un momento. Luego, con un aire de humildad, se disculpó.

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