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Luego de desayunar con Minho, me dirigí al baño para alistarme. Hoy sería un día especial y doloroso a la vez. Por primera vez, iría al cementerio a ver a mi abuela.

Mientras me lavaba la cara, recordé los días de mi infancia cuando ella me cuidaba y me contaba historias antes de dormir. Me sentía nostálgico y triste porque no pude estar con ella antes de que muriera. Nunca pude llevarle flores a su tumba porque mi madre nunca quiso decirme dónde estaba sepultada, un secreto que guardó celosamente por razones que nunca comprendí del todo.

En medio de estos pensamientos, comencé a peinarme frente al espejo. El reflejo que veía era el de un joven con el corazón cargado de emociones encontradas. De repente, sentí unos brazos cálidos rodeándome por detrás. Era Minho.

—Te ves hermoso, como siempre —me dijo al oído con una voz suave.

Sonreí lo más que pude, aunque mi corazón estaba pesado. Minho siempre sabía cómo hacerme sentir mejor, pero hoy era distinto.

Sabía que sería duro ver la tumba de mi abuela, ya que eso eliminaría cualquier pizca ingenua de esperanza que me hiciera creer que aún podía existir alguna posibilidad de que ella siguiera viva. El cementerio sería el lugar donde tendría que confrontar la realidad de su ausencia definitiva.

Minho, notando mi tristeza, me giró suavemente para que lo mirara a los ojos.

—Estoy aquí contigo, Han. No estás solo —me dijo, acariciando mi mejilla con ternura.

Asentí, sintiendo un nudo en la garganta. Tomé una bocanada de aire y me terminé de arreglar. Sabía que, con Minho a mi lado, podría enfrentar el dolor de perder a mi abuela y, finalmente, despedirme de ella de la manera que siempre había querido.

Con una última mirada al espejo, tomé la mano de Minho y juntos salimos de casa hacia el cementerio. Hoy, más que nunca, necesitaba su apoyo y él estaba allí, incondicionalmente, para darme fuerzas en uno de los días más difíciles de mi vida.

El trayecto en coche fue silencioso, pero reconfortante. Minho no soltó mi mano ni por un segundo, y esa conexión me dio el valor necesario para seguir adelante.

Al llegar al cementerio, el aire fresco y el sonido de las hojas moviéndose con el viento me recibieron, preparándome para el momento que estaba por venir.

Nos dirigimos hacia la sección donde se encontraba la tumba de mi abuela. Cada paso que dábamos aumentaba la presión en mi pecho, pero Minho apretaba mi mano con más fuerza, recordándome que no estaba solo.

Finalmente, llegamos a una lápida sencilla pero hermosa, adornada con flores frescas que algún otro había dejado.

Me arrodillé frente a la tumba, sintiendo una mezcla de tristeza y alivio. Por fin, después de tanto tiempo, estaba allí. Con la voz quebrada, susurré:

—Hola, abuela. Perdón por no haber venido antes.

Minho se quedó a mi lado en silencio, respetando mi momento. Cerré los ojos y dejé que las lágrimas cayeran libremente. Recordé todas las historias que me contaba, su risa contagiosa y su amor incondicional. Sentí un profundo dolor, pero también una paz que no había sentido en mucho tiempo.

—Te extraño, y siempre te llevaré en mi corazón —dije, con la voz apenas audible.

Después de unos minutos, Minho se agachó a mi lado y colocó una mano en mi hombro. Su presencia era un ancla que me mantenía firme.

—Ella estaría orgullosa de ti, Han —murmuró, con una sonrisa suave.

Le devolví la sonrisa, aunque aún con lágrimas en los ojos. Sabía que tenía razón. Me levanté lentamente y, con una última mirada a la tumba, prometí volver a visitarla más seguido.

Salvándote Donde viven las historias. Descúbrelo ahora