𝕮𝖆𝖕í𝖙𝖚𝖑𝖔 38

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Narra Minho.

Me desperté con un fuerte peso en el pecho, un peso que no era físico, sino emocional.
Era el peso de mis errores, de mis decisiones, de las palabras que habían salido de mi boca la noche anterior. A mi lado, Han aún dormía profundamente, pero su rostro no mostraba paz. Había rastros de lágrimas en sus mejillas y su respiración era entrecortada, como si estuviera luchando con pesadillas.

Deslicé mi mano con suavidad por su cabello revuelto, tratando de ofrecerle algún tipo de consuelo. Pero sabía que era insuficiente. No podía borrar mis errores con caricias ni con palabras dulces, no podía cambiar el hecho de que le había ocultado una parte tan importante de su vida.

Han despertó lentamente, parpadeando confuso antes de enfocar su mirada en mí. Sus ojos estaban hinchados y rojos, y mi pecho se apretó al ver el dolor reflejado en ellos.

—Minho… —susurró, su voz apenas audible en la quietud de la habitación.

—Estoy aquí, Han —respondí, apretando suavemente su mano en un intento de transmitirle mi apoyo.

Han se sentó en la cama y me miró fijamente. Aunque su mirada estaba llena de tristeza, también había en ella un brillo de determinación que me hizo sentir un poco de esperanza.

—Te amé, Minho —dijo finalmente, su voz apenas un susurro—. Te amé con todo mi corazón. Pero esto... esto es demasiado. Necesito tiempo para procesar esto, necesito tiempo para sanar.

¿Me amó? ¿Ya no?

Una punzada de dolor atravesó mi corazón, pero asentí. Sabía que Han tenía razón. Había cometido errores, había lastimado a la persona que más quería en este mundo, y ahora debía enfrentar las consecuencias de mis acciones.

—Lo entiendo, Han —dije, mi voz temblaba—. Te daré todo el tiempo que necesites. Y estaré aquí, esperando, por si decides darme otra oportunidad.

Han asintió en silencio, y luego se levantó de la cama y comenzó a alejarse.

Me quedé allí, tumbado en la cama y mirándolo alejarse, sintiendo cómo el peso de mis errores me aplastaba.

¿Debería irme y darle su espacio?
Pero a pesar del dolor, a pesar de la culpa, sabía que había algo de esperanza. Han estaba herido, sí, pero también estaba dispuesto a escuchar, a entender. Eso era algo a lo que me aferraría, algo que me daría las fuerzas para seguir adelante, para intentar enmendar mis errores y, con suerte, ganarme su perdón.

Por ahora, todo lo que podía hacer era esperar, y luchar con todas mis fuerzas por la oportunidad de hacer las cosas bien.

Decidí levantarme de la cama y seguir a Han. No para rogarle ni presionarlo, sino para mostrarle que estaba dispuesto a darle el espacio que necesitaba. Que a pesar de todo, seguía aquí para él, dispuesto a enfrentar mis errores y trabajar para enmendarlos.

Lo encontré en la cocina, de pie frente a la ventana, mirando hacia fuera sin ver realmente nada. El sol de la mañana entraba por el vidrio, iluminando su perfil y haciendo que su piel pareciera brillar. A pesar de todo el dolor, no pude evitar la punzada de amor que sentí al verlo.

Me acerqué a él lentamente, tratando de no sobresaltarlo. No estaba seguro de qué decir, o si debería decir algo en absoluto. En cambio, me quedé de pie a su lado, mirando por la ventana y esperando a que él tomara la iniciativa.

Después de un rato, Han suspiró y se giró hacia mí. Sus ojos todavía estaban llenos de tristeza, pero también había en ellos una determinación que no había visto antes.

—Minho, necesito que me prometas algo —dijo.

—Lo que sea, Han —respondí, mirándolo a los ojos.

Salvándote Donde viven las historias. Descúbrelo ahora