—Gracias, Finch, no hace falta que me acompañes.
Desde su escritorio, Peter levantó la mirada para ver a su hermano pequeño recorrer parsimoniosamente la gruesa alfombra y dejarse caer en el sofá de piel. Con una amplia sonrisa, estiró sus largas piernas delante de él y se metió una mano por la cinturilla de los pantalones.
—¿Qué te hace sonreír así esta tarde? —preguntó Peter con sequedad—, ¿Te sientes satisfecho de ti mismo o es algún chisme?
Pablo rió divertido.
—Un chisme. Por lo visto esta mañana toda la aristocracia londinense habla del duque de Sutherland.
—¡No me digas! —replicó éste sin ganas.
—Te digo, excelentísima excelencia. ¿No te ha llegado el rumor? —inquirió Pablo con un brillo especial en sus ojos color avellana.
Peter negó con la cabeza.
—Pues debes de ser el único de Londres que no se ha enterado de que el distante duque de Sutherland prestó una atención inusual a una condesa viuda, una hermosa condesa bávara.
Peter puso los ojos en blanco.
—Gracias, Pablo, por tan excitante cotilleo. ¿No tendrías que estar camino de tu entrevista exclusiva con el director de The Times?
La sonora carcajada de su hermano pequeño llenó la estancia.
—¿Lo niegas?
Peter se encogió de hombros; estaba muy acostumbrado a los rumores e insinuaciones que lo rodeaban a diario. Durante la Temporada social, tras un evento como el baile de Harris, era blanco de especulación de todos los salones.
—No niego haber hablado con la condesa de Bergen. Si eso se puede tildar de «atención inusual», entonces me declaro culpable.
—Y supongo que el que tu secretaria enviase dos docenas de rosas desde el invernadero de Park Lañe esta mañana no es más que una coincidencia —señaló Pablo como si nada.
Peter esbozó una sonrisa lenta. Se recostó en el asiento y puso un pie encima del caro escritorio de caoba. Luego se cruzó las manos sobre la nuca y sonrió cariñoso a Pablo.
—Precisamente por eso te dejo a ti los detalles del negocio. Nunca se te escapan las cosas pequeñas que pueden parecer insignificantes a los demás.
Pablo aceptó el cumplido con una inclinación de cabeza.
—Pero deberías haber cotejado la destinataria de las rosas. Eran para Nina Reese.
—Sí, las rosas eran para Nina, pero las gardenias iban a Russell Square —replicó Pablo.
Peter rió con ganas.
—Vale, por si te interesa, al parecer, ofendí a la condesa. No le gusta que le recuerde que, cuando la conocí, estaba lidiando con una cerda.
—¿Cómo dices?
Su hermano sonrió y asintió con la cabeza.
—La conocí cerca de Dunwoody el otoño pasado y estaba a punto de convertirse en la cena de una cerda descomunal. Traté de ayudarla y a punto estuve de romperme el cuello.
Aquella imagen inconcebible hizo fruncir el cejo de incredulidad a su hermano.
—Una cerda vieja y arisca, por cierto. Las dos procedentes de una pequeña hacienda llamada Rosewood.
Pablo pareció haber entendido algo repentinamente.
—Ya. ¿Y por eso te quedaste una semana más de lo previsto?
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Todo o nada
Fiksi PenggemarAlgo inesperado tocó por la espalda Tengo todo, pero si te elijo me quedo con ¿nada?