Capitulo 32

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La señora Peterman lo recibió a la puerta de la finca de Rosewood con la misma mirada ceñuda de la primera vez. Con los brazos cruzados sobre el delantal sucio, lo miró recelosa.

—¿Está en casa la señorita Espósito? —preguntó él sin más saludo.

El ama de llaves no respondió de inmediato. Le miró la ropa, las botas e incluso el caballo que había dejado atado cerca.

—¿Lo espera?

—Lo dudo —respondió él con sequedad.

—Nunca sé quién va a venir a verla —protestó—. Casi me caigo de la silla, en serio, cuando ese gigante la trajo a casa. Dijo que iba a casarse con ella. Pobre señor Goldthwaite, con lo...

—Señora Peterman, ¿está Lali en casa? —la interrumpió.

Ella frunció el ceño.

—No, no está aquí.

A Peter le dio un bote el corazón; había llegado demasiado tarde.       

—El señor Goldthwaite se los ha llevado a ella y a los niños a Blessing Park —añadió bruscamente—. Si no le importa, tengo que preparar la comida de los pequeños —dijo, y cerró la puerta.

Peter giró sobre los talones y fue en busca de su caballo.

En Blessing Park, Jones lo llevó hasta la salita dorada, donde se paseó nervioso hasta que Agustín irrumpió en la estancia con una sonrisa de oreja a oreja.

—Sin duda has venido a regañarme por marcharme de Londres tan inesperadamente —dijo riendo—. Eso o se ha muerto alguien —añadió risueño, cruzando la habitación a grandes zancadas para saludar a su amigo. Al acercarse, se esfumó su sonrisa—. Cielo santo, ¿ha muerto alguien de verdad? —exclamó.

Peter torció el gesto y negó con la cabeza.

—No. He venido... —Se interrumpió, incapaz de admitir que había ido a por Lali.

—¿Sí? —preguntó Agustín verdaderamente preocupado. Peter miró avergonzado al marqués de Darfield. Si había un aristócrata londinense que hubiese renunciado a todo por amor, ése era Agustín Sierra, y había luchado por lo suyo con entusiasmo. Sin embargo, a juicio de Peter, había sucumbido, de forma estrepitosa. Seguramente Agustín entendería la desesperación que él sentía.

—¡Madre mía!, ¿ha ocurrido algo? —quiso saber Agustín. Peter respiró hondo.

—¿Está aquí la condesa de Bergen? —preguntó. La confusión se dibujó en el rostro de Agustín. —Sí... ¿Le traes malas noticias?

—Supongo que eso depende de la perspectiva de cada uno —respondió Peter con sequedad—. He cancelado mi compromiso con Nina.

Agustín se quedó mirando a Peter, atónito. Luego, de pronto, se volvió hacia el carrito de las bebidas y sirvió dos whiskies.

—Me parece que ya lo entiendo —señaló mientras le pasaba a Peter un vaso.

—Deja que te lo explique...

Lo interrumpió la ruidosa entrada de Candela en el gabinete, sonriendo feliz.

—Cariño, ¿has...? —Se detuvo en seco en cuanto vio a Peter.

Ni él, ni Agustín, a juzgar por su risita, pasaron por alto el repentino cambio de actitud de Candela.

—Ah, excelencia, ha venido —dijo sin más.

—Me parece, cariño, que lo que has querido decir es que ha venido el libertino malvado y detestable —la corrigió Agustín acercándose despacio a ella.

Todo o nada Donde viven las historias. Descúbrelo ahora