Capitulo 18

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Todavía muy agitada por la experiencia del claro, Lali entró pisando fuerte en la casa y tiró el sombrero a una de las mesas del vestíbulo, sin percatarse de la presencia de Davis hasta que éste lo recogió.

—Salita —anunció él y tendió la mano para recogerle el bolsito.

Estupendo, pensó ella. Seguramente Bartolomé querría saber si había conseguido averiguar los ingresos anuales de lord Westfall durante su paseo.

Pero no era Bartolomé, sino Gastón, y estaba solo en la estancia. Lali trató de no protestar cuando su hermano registró con la mirada su desaliñado aspecto, desde los mechones de pelo sueltos en el cogote hasta su conato de recogido, pasando por las manchas de hierba del bajo de su vestido. El arqueó una ceja.

—Cielo santo, ¿te ha pillado una tormenta?

Lali encogió los hombros un segundo, luego se miró el vestido.

—Hoy sopla un viento muy fuerte.

—Pues parece que haya volcado el carruaje —replicó él, mirándola con recelo.

—La hierba estaba húmeda. Gastón frunció el ceño.

—Tenía entendido que lord Westfall iba a llevarte en coche. No le gustaba nada el tono de su voz junto con todo lo demás, fue suficiente para incitarla a beber. Se dirigió con brío al carro de la esquina de la salita y cogió una botella de jerez.

—Y me ha llevado. Pero nos hemos encontrado con su primo y lord Westfall ha querido montar su caballo. Es de Rouen, y a él le gustan mucho los caballos, así que, mientras esperábamos, hemos dado un pequeño paseo —murmuró evasiva.

—¿Hemos? —preguntó Gastón.

Cielos, ¿qué era aquello, la inquisición?

—Su primo y yo —respondió ella, malhumorada.

—¿Su primo? ¿Quién es su primo? —quiso saber Gastón.

—El duque de Sutherland —susurró Lali.

—¿El duque de Sutherland? —exclamó su hermano.

Lali, nerviosa, dejó el jerez.

—¡Sí, el duque de Sutherland!

—¡Está prometido!

—¡Ya lo sé! —espetó ella, y cogió la botella de whisky.

—Esto no nos traerá nada bueno —protestó Gastón, indignado—. ¡Vas a provocar un escándalo!

Aquello fue la gota que colmó el vaso. Dejó el whisky a un lado y se volvió para mirar a su hermano.

—¡He ido a dar un paseo en coche, Gastón, un simple paseo en coche! ¿Por qué demonios iba a provocar eso un escándalo? Además, ¿qué crees que debo proteger del escándalo?

Gastón, visiblemente desconcertado, la miró con detenimiento, con demasiado detenimiento para su gusto. De pronto temió que pudiese ver el beso de Peter en sus labios; se volvió bruscamente y cogió una botella de oporto.

—Tienes un buen nombre que proteger y lo sabes —le dijo él más tranquilo—. No podrás encontrar un marido decente si empieza a haber rumores salaces de tu relación con el duque de Sutherland. Y los chismes tampoco beneficiarán a su trabajo.

—¿Su trabajo? —preguntó ella, atónita. De repente Gastón se inclinó hacia adelante en su asiento, muy serio.

—¿No sabes quién es, Lali? ¡Ahora mismo, es el único defensor de la reforma de la Cámara de los Lores!

Ella respondió con un ruidito de impaciencia; el rostro de su hermano se ensombreció.

—Deja que te lo explique de otra manera. Si, por algún condenado milagro, los Comunes aprobaran la reforma, tendría que aprobarse también en la Cámara de los Lores. Sutherland es el único que puede conseguirlo, y me atrevería a decir que ni siquiera él puede lograrlo sin el apoyo de Whitcomb. Corre el rumor de que éste es poco partidario de la reforma por varias razones y cualquier excusa le valdría para no apoyar a su futuro yerno —exclamó. Ante la mirada de perplejidad de Lali, Gastón se dejó caer sobre el respaldo de la silla, exasperado—. ¿No lo entiendes? El liderazgo progresista de Sutherland podría verse aplastado al más mínimo indicio de escándalo, especialmente si tiene que ver con su prometida —declaró con dureza.

Todo o nada Donde viven las historias. Descúbrelo ahora