Capitulo 34

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Mateo anunció emocionado que el conde de Bergen llegaba por el camino. A Lali se le encogió el corazón de decepción: esperaba que fuese Peter. Cuando el día anterior no había aparecido, había tratado de convencerse de que no era por nada. Sin embargo, a medida que había transcurrido tediosamente el día, Lali había empezado a preguntarse si habría conseguido espantarlo. Si eso había ocurrido, estaba dispuesta a bajar al río y tirarse. ¿Es que no podía hacer nada bien? Sin mirar a Gastón, guardó los calcetines que estaba zurciendo, se levantó de la silla y se estiró el regazo del vestido.

—Bueno —dijo Gastón, contento—. El regreso de Bergen significa que pronto te marcharás. —Sonrió y cogió su bastón—. Estarás muy nerviosa. El enlace, el viaje de bodas a bordo de un buque de lujo, la dicha marital en Baviera...

En su estado actual, Lali era incapaz de entender por qué intentaba provocarla, pero lo estaba consiguiendo. Dios, le habría dado una bofetada. Todo aquello ya era bastante difícil sin su sarcasmo.

—¿No sales a recibir a tu amado? —sonrió Gastón confirmando las sospechas de su hermana. Ella le lanzó una mirada de odio y salió del gabinete.

Máximo estaba desmontando el caballo cuando ella salió. Él le sonrió mientras recogía las alforjas.

—¡Qué alegría verte, liebchen!

—Bienvenido a casa —dijo ella tratando de sonreír.

Máximo se echó las alforjas al hombro y cruzó el camino para encontrarse con ella. Le pasó el brazo que le quedaba libre por la cintura y la besó en los labios:

—Te va a encantar el barco —le dijo en alemán—. No he escatimado gastos para que mi camarote sea adecuado para una novia.

Una suite nupcial... Lali notó que se sonrojaba. Pensó en Peter inmediatamente y procuró ocultar aquellos pensamientos traidores en algún rincón oscuro de su cabeza. El alemán rió.

—Vamos, liebchen, tú ya no eres tan inocente. —Sonrió él, y le guiñó un ojo con disimulo.

De pronto asqueada, Lali tragó saliva para deshacer el nudo que se le había formado en la garganta. Máximo arrugó el gesto.

—¿Qué pasa? No debes temer nada —le aseguró, y le besó la sien, cariñoso.

—Mi Deutsche no es muy bueno. ¿Qué le confesabas, Bergen? —preguntó Gastón. Máximo lo miró. Luego retiró la mano de la cintura de su prometida y se apartó, mascullando algo que hizo reír al hermano de Lali, ella permaneció inmóvil, mirando fijamente al espacio gris que sería su futuro. Oyó la voz estruendosa de su tío, pero aun así no se movió. Podría haberse quedado allí todo el día de no ser porque sus ojos detectaron movimiento al fondo del sendero.

Le dio un brinco el corazón. Era Peter, que cabalgaba hacia la finca. Se dibujó en sus labios una sonrisa tonta, que se tapó de inmediato con la mano. A medida que caballo y jinete se aproximaban, el corazón empezó a palpitarle al ritmo de los cascos del animal. El duque entró volando en la finca y frenó de golpe, sin quitarle los ojos de encima. Luego, despacio, aquellos ojos verdes se deslizaron hasta los hombres que había tras ella.

—Veo que Máximo ha vuelto después de todo —dijo, alegre, y desmontó con elegancia. Lali no se volvió, pero se apretó las manos en el regazo, nerviosa, apenas controlándose, mientras él ataba a su caballo y caminaba brioso hacia donde ella estaba. El corazón alocado se le iba a salir del pecho en cualquier momento, lo sabía con certeza.

—Sutherland —dijo Máximo con rudeza y se situó junto a Lali—. ¿Qué haces tú aquí?

Peter sonrió, imperturbable.

Todo o nada Donde viven las historias. Descúbrelo ahora