Caputulo 38

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Peter se sirvió la quinta copa de champán y observó amargamente que no le estaba sirviendo para aliviar el dolor que lo roía por dentro todos los días. Era un dolor adormecedor y nauseabundo que le destrozaba las entrañas cada vez que pensaba en Lali..., algo que ocurría con mayor frecuencia de la deseable. Aunque ella ya se había casado y se había ido, no podía quitársela de la cabeza, y la odiaba por eso, pero se odiaba más a sí mismo. Le costaba creer lo fácilmente que se había dejado atrapar por algo tan juvenil como el amor. ¡Cielo santo!

—¿Excelencia? —Lady Fairlane, a su lado, le dio un codazo juguetón—. Le preguntaba si había visto el perro de caza premiado de lord Fairlane.

Peter miró a aquella pelirroja de boca tentadora.

—No, no lo he visto, señora —respondió, cortante—. Hace más de un año que no voy por Fairlane Manor.

Ella sonrió seductora.

—Tendremos que remediar eso, ¿no? —ronroneó—. Estamos planeando un evento de fin de semana para dentro de quince días. Quizá pueda venir.

Peter detectó la mirada lasciva de la pelirroja y le dedicó una sonrisa torcida, sensual. Los ojos de lady Fairlane brillaron de emoción.

—A lo mejor puedo ir, si no tengo otros compromisos —dijo él sin alterarse.

Ella deslizó la mirada despacio por el pecho del duque y se detuvo disimuladamente en su entrepierna.

—Un hombre popular —musitó ella con descaro—. Me pregunto cómo decidirá qué invitaciones aceptar y cuáles no.

Pues cómo lo iba a decidir, pensó él mirándole descaradamente los pechos que amenazaban con derramársele del pronunciado escote de su vestido.

—Disculpe, milady, pero parece que lord Fairlane la llama.

Peter hizo una mueca al oír la voz de su hermano; Dios, era como su sombra.

Lady Fairlane miró a Pablo, que se acercaba a ellos, y contuvo una risita.

—Sí, me parece que sí. —Suspiró mimosa y, mirando descaradamente a Peter, le hizo una reverencia exagerada—. Espero verlo en Fairlane Manor, excelencia. —Se alejó contoneándose intencionadamente. Peter contempló el panorama con descaro mientras apuraba su champán.

—Un poco sospechosa su admiración por ti, ¿no? —dijo Pablo.

Peter le entregó la copa vacía a su hermano.

—¿Y aunque lo fuera? Está casada con un vejestorio —repuso fríamente, y se retiró de la columna en la que estaba apoyado.

—Ella y otras como ella te están convirtiendo en un tipo muy poco popular, Peter.

—¿Y eso debería alarmarme? Me importa un pimiento lo que piense la gente. —Ni siquiera Lali. Asqueado, cogió una sexta copa de champán de la bandeja de un lacayo que pasaba por delante.

—La cuestión es que te estás poniendo en ridículo —dijo Pablo bruscamente.

—Guárdate tus opiniones para cuando tomes el té con mamá, Pablo —replicó su hermano mayor socarronamente—. Así la duquesa y tú pueden reírse de mí a gusto.

—Excelencia, si me permite el atrevimiento, quisiera presentarle a mi hija, Eliza.

El duque de Sutherland se volvió de repente y miró al corpulento lord Stepplewhite y a su hija igualmente corpulenta. Ante la mirada feroz del duque, la joven se puso como un tomate maduro e hizo una torpe reverencia.

—Señorita Stepplewhite —murmuró Peter, prescindiendo de la formalidad de la reverencia.

—Buenas noches, excelencia. ¿Está disfrutando del baile? —pió ella.

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