Capitulo 5

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Avanzando penosamente entre los rastrojos de trigo, Lali no veía a Lucy por ninguna parte. Hacía más calor de lo normal para aquella época del año, así que se detuvo para abrirse el cuello de su vestido de faena. Examinó distraída una caña de trigo que Lucy había pisoteado en su huida y se preguntó cuánto vivían los cerdos. Lucy debía de ser viejísima ya, y cuanto más vieja se hacía, más terca se volvía. Por razones que escapaban a su entendimiento, los niños la adoraban. La última vez que al animal se le había metido en la cabeza salir a dar un paseo en busca de comida, a Estefano y a ella les había costado mucho trabajo convencerla de que volviese a casa, y aquella vez no se había ido tan lejos. Como Estefano se había llevado a Bartolomé y a Gastón a Pembertheath, tendría que encerrar a Lucy ella sola. No tenía ni la más remota idea de lo que haría cuando al fin encontrara a aquel jamón ambulante, pero, si no volvía con ella, los niños se pondrían histéricos.

Llegó al final del campo, sin encontrarla aún. Más allá de dicho campo de trigo baldío, había un huerto de manzanos nuevos, donado por los amigos de Candela, lord y lady Haversham. Después de eso, unos tallos larguiruchos de maíz cosechado. Y, más allá aún, un campo de calabazas, que Lali ya había trocado por sebo suficiente para los dos meses siguientes.

Cielo santo, qué calor hacía. Su densa mata de pelo le dejaba el cuello pegajoso; trató de recogérsela, pero consiguió poco más que retirarse de la cara unos cuantos mechones sueltos. Se pasó una mano por la frente y siguió avanzando por el campo, meneando la cabeza ante el destrozo que la enorme cerda había causado al arrasar con su caminar los tallos de maíz.

Encontró a Lucy entre varias calabazas despedazadas, ronzando alegremente.

—¡No, no! —gruñó Lali.

Cuando la vio acercarse, el terco animal se situó delante de la calabaza que devoraba y miró furiosa a Lali.

—¡Lucy, sal de ahí ahora mismo! —insistió la joven, perfectamente consciente de que ésta no había obedecido una orden en su larga vida.

La cerda respondió con un sonoro bufido de advertencia. Lali la rodeó despacio, pensando que si lograba arrancar la última calabaza de la hilera, la seguiría. Pero en cuanto alargó la mano para cogerla, Lucy embistió. Chillando, ella se apartó de su camino. Jamás la había embestido antes. La cerda, situada entre Lali y la calabaza a medio comer, empezó a patear la tierra como un toro. Lali retrocedió prudentemente, pero no convenció de sus buenas intenciones a la marrana, que siguió pateando la tierra y bufando, furiosa. Además de la comida, Lali sólo conocía una cosa que calmaba a Lucy.

Cantó, algo atropelladamente, un tema de una obra de teatro de Shakespeare. Si había algo que a Helmut, ya moribundo, le gustaba, era el buen teatro. Inglés, alemán o francés, le daba igual. En Bergenschloss se habían representado muy distintas obras, con el consiguiente gasto extraordinario, y si Helmut sentía predilección por una en concreto, ésa se representaba varias veces.

—¿Quién es Silvia, y por qué a tantos hace de amor suspirar? —cantó Lali con dulzura, luego hizo una pausa. Prosiguió de inmediato al ver que Lucy volvía a patear la tierra furiosa—. ¿Quién es Silvia, que consigue de todos hacerse amar...? —Mientras cantaba, el animal dejó de patear y la miró con recelo—. La dama pura y hermosa, fragante como una rosa. Tiene gracias a millares y es su rostro angelical. Pero ¿qué son sus encantos conociendo su bondad...?

Dejando a un lado, de momento, lo ridículo que resultaba estar allí en medio de un campo de calabazas cantándole a una cerda, Lali no tenía ni idea de qué hacer. Si paraba, Lucy la embestiría. Pero tampoco iba a quedarse allí cantando todo el día como si fuera boba. Atrapada entre la valla de madera y la marrana, Lali trató de pensar mientras cantaba.

Todo o nada Donde viven las historias. Descúbrelo ahora