Capitulo 15

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Lady Paddington, con una pluma de avestruz colgándole precariamente del sombrero, salió al vestíbulo a recibir a Lali.

—¡Condesa de Bergen! ¡Cuánto me alegro de que haya podido venir a mi pequeña reunión! —graznó con auténtico entusiasmo—. ¡Ay, qué guapa la veo esta noche! ¡Tanto lady Nina como usted son mujeres hermosísimas! —le soltó antes de que Lali pudiera decir una palabra—. Seguro que esta noche se harán amigas en seguida.

¡Qué maravilla de vida! ¡Iba a pasarse la noche entera escuchando a lady Nina presumir de su condenado prometido!

—Venga, que se las voy a presentar, a ella y a su madre, lady Whitcomb. También han venido lord y lady Pritchit con su hija. Me da la impresión de que mi sobrino, lord Westfall, está interesado en la querida Rocío —le susurró a modo de confidencia.

Mientras lady Paddington seguía parloteando, Lali procuró digerir la desagradable sorpresa. Lady Pritchit cada vez se mostraba más hostil con ella, sobre todo desde que había cometido el pecado imperdonable de bailar con Sutherland. Como si le hubiese quedado otro remedio...

—Y, por supuesto, la señora Clark —concluyó lady Paddington.

Lali no prestó atención a los nombres de los otros invitados, aunque ya había oído lo bastante como para saber que aquélla sería una velada tediosa. Se obligó a sonreír y siguió a lady Paddington al salón dorado. En seguida llamó su atención la mujer de la derecha. La había visto con Peter en el baile de Harris.

Vista de cerca, le pareció aún más hermosa de lo que había pensado, con su densa melena de tirabuzones, perfectamente conjuntados con su vestido azul claro. Los colores pastel eran, sin duda, lo que se llevaba, y en su «amplio» guardarropa de ocho prendas, Lali no tenía ni uno.

Nina le hizo una reverencia cortés, y Lali se la devolvió por reflejo. Al mirar a lady Nina, tan bien vestida, se sintió completamente fuera de lugar con su vestido oscuro.

—Es un placer conocerla, lady Whitcomb —murmuró, consciente de su sonrojo—. Y a usted, lady Nina.

—El placer es indudablemente mío, condesa de Bergen —respondió, con mucha labia, la mujer más joven—. Hemos oído hablar mucho de usted.

Lady Paddington le tiró de la manga y Lali sonrió.

—¡Y aquí están lord y lady Pritchit!

Lali los saludó educadamente, y observó el fuerte contraste entre el semblante de lord Pritchit y la mirada repleta de reproches de su esposa. A su lado, muy incómoda, se encontraba Rocío, que habló con tal timidez que Lali apenas pudo oírla.

—Y mi sobrino, lord David Westfall —añadió lady Paddington.

Lali sonrió al guapo joven.

—Es para mí un verdadero honor conocerla, condesa de Bergen —dijo muy sonriente, y, con una gran reverencia, se inclinó sobre su mano.

—Ya conoce a la señora Clark —prosiguió lady Paddington.

Lali se apartó del encantador lord Westfall para saludar a la viuda de un capitán de la Armada Británica, que parecía no separarse nunca de la anfitriona.

—Y, por último, mis sobrinos, su excelencia el duque de Sutherland y lord Lanzani.

A Lali le dio un vuelco el corazón. ¡Aquello era inconcebible! ¡No podía tratarse del mismo tiuque y sobrino del que hablaba lady Paddington! Apretando los dientes, miró a su izquierda. Al parecer, no era tan absolutamente inconcebible.

El duque, que sonreía tranquilo, disfrutaba sin duda de su turbación por tercera vez. El hermano, que se parecía mucho a él, sonreía con despreocupación. Lali miró tímidamente la puerta un instante y procuró recobrar la compostura antes de que alguien se diera cuenta de que la había perdido. Pero, claro, él ya lo había hecho.

Todo o nada Donde viven las historias. Descúbrelo ahora