Capitulo 31

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A la mañana siguiente, tras pasar la noche en vela, Peter fue conducido al gabinete de la residencia de los Whitcomb por un mayordomo que lo trató como si acabara de salir reptando de lo más hondo del Támesis. Cuando cruzó el umbral, lord Whitcomb se levantó de su asiento como un resorte, pálido de rabia. Nina se negó a mirarlo.

—No sé qué locura te ha dado, Sutherland, pero ¡más vale que le asegures a Nina que te ha interpretado mal! —rugió Whitcomb.

—No me ha interpretado mal, Edwin —dijo Peter en voz baja—. Lamento muchísimo tener que hacer esto, pero no puedo casarme con tu hija.

Whitcomb lo miró horrorizado.

—¿Qué clase de monstruo eres? —preguntó, espantada, lady Whitcomb.

—¡Más vale que te expliques! —le gritó lord Whitcomb.

Peter sintió un leve mareo. No había nada que pudiera decir o hacer, no podía inventar nada que justificase o excusase jamás lo que le había hecho a la familia Reese. Ni siquiera un diagnóstico de demencia total, algo que él mismo creía próximo a la realidad.

—He decidido que no congeniamos —se limitó a decir.

—¿Que no congenian? —estalló Whitcomb—. Maldita sea, Sutherland, ¡piensa bien en lo que estás haciendo! Estás a punto de acabar con cuarenta años de asociación entre los Lanzani y los Reese, ¿te das cuenta de eso?

—Sí.

Lady Whitcomb se dejo caer, muda de asombro, en una silla.

—¡Eres despreciable! ¿Qué clase de caballero abandonaría a la hija del conde de Whitcomb por una buscona...?

—No calumnie a nadie más que a mí, señora —dijo Peter con una calma asombrosa—. Yo soy el único culpable de todo esto.

Lady Whitcomb resopló, incrédula, y miró a Nina, que aún no había levantado la vista.

—No te equivoques, excelencia. Te culpamos de todo a ti —replicó altiva.

—Debí haberlo supuesto —gruñó lord Whitcomb—. ¡Yo te defendía cuando te tildaban de radical! ¡Dios, ahora tendré que desdecirme! ¡Debes estar tan loco como dicen!

Como es lógico, Peter había supuesto que Whitcomb dejaría de respaldar sus reformas.

—Confiaba en que su voto no se viera indebidamente influenciado por este desafortunado incidente. El movimiento reformista es válido y de vital importancia para este país...

—Me importa un pimiento, Sutherland, ¿me oyes? ¡Ya puedes ir buscando apoyo en otro sitio!

—¡No permitiré que se deshonre el nombre de mi hija ante toda la sociedad londinense! —intervino lady Whitcomb, ajena al diálogo que mantenían su marido y Peter—. Por lo que a mí respecta, ¡ella te ha dejado a ti! ¡Y te aseguro que todo el mundo sabrá por qué!

—Diga lo que tenga que decir, lady Whitcomb —concedió Peter, complaciente.

—Ah, puede estar seguro de que lo haré...

—¡Mamá! —Nina logró captar la atención de todos. Pálida como un fantasma, se levantó despacio y miró furiosa a Peter—. Creo que ya se ha dicho bastante. Te agradecería que te fueras, Peter.

El ansiaba poder hablar con ella a solas, tener la oportunidad de disculparse una vez más.

—Nina, ¿podría...?

—¡No! Vete, por favor.

—No te imaginas lo mucho que lo siento... —empezó él.

—Ya la has oído. Sal de mi casa —gruñó Whitcomb. Nina alzó la barbilla y lo miró con cara de odio. No había nada más que pudiese decir.

Todo o nada Donde viven las historias. Descúbrelo ahora