Capitulo 29

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Tenía la cabeza como un bombo. No sólo eso, debía de haber comido barro la noche anterior, a juzgar por el modo en que le apestaba el aliento. Que Dios lo asistiera, pero aquella mujer lo había hecho sobrepasarse tres noches seguidas ya y la última había sido la peor de todas. Peter levantó la cabeza del escritorio y trató de abrir los ojos, pestañeando ante los rayos de sol que se le clavaban en el cerebro.

Aquella locura tenía que cesar. Tenía abandonadas sus responsabilidades y aterrada a Nina. Ella se esforzaba por ser comprensiva, pero lo agobiaba con su preocupación, su constante pulular, su incesante preguntar si había algo que ella pudiese hacer por él, si necesitaba algo. Sí, necesitaba algo, algo que ella no podía darle.

Cuando la puerta de la biblioteca se abrió y volvió a cerrarse, Peter no levantó la vista.

—¡Por los clavos de Cristo! —exclamó Pablo. Peter le hizo una seña para que bajase la voz—. ¡Tienes una pinta espantosa, hermano! A juzgar por tu aspecto, supongo que no hace falta que te diga que la condesa de Bergen se ha marchado de Londres...

—¿Q-qué has dicho? —inquirió Peter, levantándose de la silla con un esfuerzo supremo.

—He dicho que tienes una pinta espantosa...

—¡Lo otro!

Pablo suspiró molesto y cogió el cuello de camisa que su hermano se había quitado.

—Se fue. Ayer.

Hundido, Peter cerró los ojos; la cabeza le daba vueltas. Ella se había ido. Se cogió el puente de la nariz y deseó con todas sus fuerzas que la habitación dejase de moverse.

—¿Ayer? —graznó.

—En compañía del alemán.

—Maldita sea —protestó.

—Dios, Peter, ¿cuándo vas a poner fin a este fastidioso encierro tuyo? ¿Recuerdas que te casas en unos días? Deberías tratar a tu prometida con la adoración que merece en vísperas de una ocasión tan especial, en lugar de sumergirte en el alcohol una noche tras otra.

Si hubiera tenido una pizca de fuerza en aquel momento, Peter le habría abierto la cabeza a su hermano. Y Lali le decía que él era arrogante.

—¿Cuánto tiempo piensas servirte de la autocompasión? ¿Cuánto más vas a dejar que engorden los rumores? ¿Sabías que anoche Nina asistió a un concierto sin ti? Les dijo a los Delacorte que estabas enfermo, pero, como te tomaste una copa en White's por la tarde, Delacorte sabía que era una mentira. Ah, pero no te preocupes, tu prometida lo pasó muy bien con su prima, la señorita Broadmoore. Se lo pasó en grande, por lo visto. Parece que las tornas han cambiado: ahora es Nina el blanco de los chismes.
Peter se frotó las sienes en un vano intento de disipar aquel dolor punzante.

—Será blanco de chismorreos constantes en cuanto se convierta en duquesa, así que más vale que se vaya acostumbrando. Dios sabe que yo ya lo he hecho.

El antipático gruñido de Pablo resonó en toda la estancia.

—Mira, lleva a Nina al baile de Fremont esta noche. Eso acabará con las peores especulaciones.

—No sé —dijo Peter con una habla arrastrada mientras se incorporaba despacio en el asiento con una mueca de dolor—. Ya le había prometido mis atenciones a una botella de whisky.

—Muy bien, basta ya —dijo Pablo impaciente, alzando las manos—. Puedo entender que te hayas encaprichado de la condesa, es guapa y encantadora, pero no es más que eso, Peter, un capricho. ¡Se ha ido, por todos los santos! Y, según Paddy, ese asqueroso tío suyo ha anunciado su compromiso con el conde de Bergen. De modo que más vale que pongas fin a este enamoramiento adolescente y continúes con tu vida.

Todo o nada Donde viven las historias. Descúbrelo ahora