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Había tantas cosas que desconocía; algunas relacionadas con su vida y otras con el mundo que la rodeaba. La ciudad era una de ellas, siempre tan presente en su existencia, pero tan ignorada.

Algo que desconocía era cómo podía remediar algo que hizo en el pasado y que ahora no recordaba. Quería con todo su corazón jamás volver a lastimar a Camila. Camila era su adoración. Se despertaba pensando en ella, y en las noches, ella era su último pensamiento. En los sueños, solía encontrarla habitando sus quimeras como si fueran su morada de siempre. Ella era su costumbre y su deseo continuo. Sobre todas las cosas, quería que Camila estuviera bien. No quería que sufriera ni que nadie le hiciera daño, especialmente si eso significaba que ella misma fuera el adversario.

—Nunca creí que sería yo quien la traicionaría. Siempre pensé que mis sentimientos eran puros.

Durante esos días, Paula no estuvo en su casa, y ella lo agradeció, ya que no quería que nadie fuera testigo de su enorme tristeza y malestar emocional. Una vez más, durante las noches le costaba dormir y, cuando lo hacía, le costaba despertarse. Se empeñó en evitar todas las llamadas y visitas de Camila. En esos días, Lauren se convenció de que no era la mejor para Camila. Le dolía tanto siquiera imaginar a Camila en los brazos de otra persona. Sabía que cuando eso sucediera, le rompería el corazón.

Pero era lo mejor. Lo mejor para Camila. Dejarla ir, incluso como amiga.

Era jueves cuando le rompieron el corazón. Según sabía, los jueves y los viernes pasaban cosas buenas. Lo hubiera esperado un lunes o un domingo, que solían sentirse melancólicos y sin sentido, pero no un jueves. Tampoco esperaba que fuera Lauren quien le rompiera el corazón de esa forma; inesperada e inexplicable.

Ese día se despertó temprano. Fue a su nuevo trabajo de medio tiempo. Trabajaba en las mañanas hasta el mediodía en una oficina del centro de la ciudad. Era un trabajo fácil, no el mejor pagado. Sin embargo, le gustaba bastante. Allí, todos eran amables con Camila y, por ser la nueva, siempre tenía a alguien dispuesto a ayudarla. Al salir del trabajo, fue a la casa de Lauren, ya que llevaba días sin verla ni hablar con ella. Camila empezaba a preocuparse por su amiga.

Al llegar a la casa, Camila no quiso abrir con su llave. Algo dentro de ella le decía que debía respetar ese día la privacidad de Lauren. Por eso, decidió tocar la puerta. Lauren se tardó varios segundos en abrir, segundos que se sintieron como una larga espera para ambas: para Camila, que estaba a la espera, y para Lauren, que llevaba posponiendo lo que quería hacer desde varios días atrás. No, en realidad no lo quería hacer. Se iba a odiar aún más por lo que le diría a Camila, pero era necesario. Del otro lado de la puerta, Lauren estaba de pie, como un fantasma sin nombre y sin razón. Su poca vida la estaba apagando ella misma. Entonces vio a Camila y la tristeza la invadió.

—¿Cómo estás? —le preguntó Camila al tiempo que la abrazaba.

—Bien —mintió. Sus ojos opacos la delataban—. He estado muy bien.

—No me has llamado. ¿Por qué? —preguntó Camila extrañada.

—He pensado en algo durante todos estos días. Dime, ¿recuerdas lo que me contaste en el restaurante esa noche? Me dijiste que estabas enamorada de alguien, pero algo pasó. ¿Lo recuerdas?

—Sí —dijo Camila como un murmullo. No sabía el porqué, pero aquello le causó un sabor muy amargo en su boca. Ambas mujeres seguían de pie en la puerta, cuando una menuda llovizna empezaba a caer.

—Ahora dime, ¿yo estaba de alguna manera involucrada en esa historia?

Camila no supo cómo responder. Solo asintió, sabiendo que no podía brindar mayor información. Para Lauren, ese gesto era la terrible confirmación de todo lo que Andrew le mencionó días atrás.

La Levedad de la Memoria | CamrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora