capítulo ocho

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June;


Salí de la oficina de Ravellinni pensando en la conversación que habíamos tenido y todo lo que habíamos planteado. Me había dicho que era normal soñar con una persona que perdimos, porque eso significaba que nuestro cerebro se adaptaba a la idea de que ese ser ya no estaba en nuestras vidas, y buscaba algún mecanismo que no nos dejara olvidar. Había llorado un poquito, pero me dijo que estaba bien, y que iba a extrañar a mi hermano muchísimo tiempo, hasta que empezara a rehacer mi vida sin él.

Mientras bajaba los escalones de piedra de la entrada, me ponía los auriculares. Quería volver sola a casa, así que les había pedido a mis padres que no me fueran a buscar.

Aparte, ¿qué podía pasarme en un trayecto tan corto? Quince calles no eran mucho.

Y aunque pueda parecer una pregunta estúpida, les voy a contar algo: ese fue el día en que toda mi vida se fue al carajo.

Cuando crucé por las rejas de la escuela y el portón principal para salir a la vereda, no pude dejar de notar una camioneta negra que estaba estacionada en la calle. La observé bien tratando de no hacer notar mi falta de confianza: no tenía patente ni de frente ni de atrás, y los vidrios estaban polarizados al nivel de no ver nada hacia el interior del vehículo. Traté de ignorar el auto y comencé a caminar por la acera de piedra gris y beige.

Estaba a unos diez metros de la entrada del estacionamiento de la escuela cuándo me percaté de que el auto encendió el motor y comenzó a conducir lento. Venía por el mismo lado de la acera por la que yo iba. Mis manos comenzaron a sudar.

¿Me estaba siguiendo?

Lo escuché acelerar, y ví de reojo como llegaba junto a mi. La ventana polarizada se bajó un poco, pero no lo suficiente para ver un rostro o identificarlo.

Lo que sí pude hacer, fue escuchar con claridad la voz gruesa y seria que se dirigía hacia mí con todo, menos buenas intenciones. Y si las tenía, déjenme decirles que no fueron para nada evidentes o claras. Parecía la voz de alguien que está a nada de matar a una persona.

—Hola, June.

No, por favor, no.

A mí no.

—¿Quieres ir a dar un paseo? —su voz me sonaba conocida, pero mi cerebro en ese momento estaba bloqueado como para ponerme a analizar de quién se trataba. Lo ignoré y caminé más rápido. Él también aceleró —Tengo un par de dulces adentro... sé que eres fan del chocolate amargo...

Dios, juro que no voy a la iglesia. He cometido muchísimos pecados a lo largo de mi vida. He sido una perra a veces con mis hermanos y he sido egoísta con mis padres. Sé que he aprendido de mis errores, y también sé que he descuidado a mi hermano muerto pero te pido por favor, no me dejes morir hoy.

Mis lágrimas comenzaron a caer en silencio. Ví que la camioneta se frenó, y por un momento me sentí aliviada. Pero esos gloriosos segundos de confianza y seguridad se fueron al carajo cuando me di vuelta y ví que la puerta se había abierto y un hombre estaba bajando del auto.

Asustada, comencé a correr. Él me estaba persiguiendo. Lo sabía. Escuchaba sus pasos acelerados detrás de mí. Venía casi pisándome los talones.

Empecé a llorar y correr con más fuerza. Los pulmones no me daban, pero mi cerebro y el resto de mi cuerpo, ignorando por completo mi capacidad física, me gritaban que corriera. Las consecuencias las pagaría luego.

—¡No te resistas! —lo escuché gritar —¡Te atraparé de todas formas!

Corriendo por el estacionamiento techado (al que me metí sin darme cuenta), él seguía persiguiéndome. Una parte de mí sabía, de alguna forma, que no iba a detenerse. Pero yo tampoco.

RAMÉ © [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora