capítulo catorce

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Corbyn; 


—Hay que llevarlos a casa...

—Pero, ¿cuál es el sentido de esto?

—Te lo explicará más tarde...

—¿Y cómo haremos para entrar y que nadie se de cuenta?

—Tengo copias de ambos llaveros.

—¿A quién dejamos primero?

—A Corbyn. Con June tenemos otro trabajo.

Con June...

June.

June.

Abrí los ojos.

June. Ella fue lo primero en que pensé.

Quise pararme para buscarla, cuándo me dí cuenta de que estaba en mi casa, y no en la sala del cine. La puerta de mi cuarto estaba entreabierta, y las cortinas estaban corridas, lo que me hizo suponer que mi madre ya había estado en mi cuarto.

Las voces llegaban desde el piso de abajo.

Visitas.

Miré alrededor.

Tenía puesta la misma ropa de anoche, y estaba sobre las sábanas y colchas de mi cama. Me senté.

Inspeccioné mi cuarto muy por encima. Nada parecía fuera de lugar.

Me acerqué a la ventana y vi la camioneta estacionada en la entrada, detrás del Audi de mi padre.

Me sobresalté cuándo escuché mi celular vibrar en el escritorio, a un lado del estero. A un lado de él estaban las llaves y, sorpresivamente, mi celular estaba enchufado, cargando.

Estos hijos de puta habían estado hurgando entre mis cosas.

Me acerqué a él, lo desconecté y prendí la pantalla.

Decepcionado estaba cuándo vi que no se trataba de June.


Desconocido

Buenos días... ¿dormimos como corresponde?

Por cortesía, llenamos el tanque de tu camioneta...

Un placer, no agradezcas.

Les va a hacer falta... 


Textee "quién eres?", pero decidí, inteligentemente, no mandarlo.

No creo que me contestara.

Suspiré, mientras me preparaba para levantarme.

Quizá debía llamarle a June, para saber si estaba bien, pero cuándo lo intenté, los mensajes no se entregaban, y cuándo la llamé, no atendió.

Entonces decidí que me iría hasta su casa. A la mierda.

Me cambié, perfumé, lavé los dientes y demás, y bajé.

Era domingo. El día que menos me gustaba de la semana. ¿Por qué? Por una simple y sencilla razón: mi padre iba a estar en casa todo el maldito día.

No había terminado de bajar las escaleras, cuándo me acordé de las llaves de la camioneta: estaban en mi cuarto.

Volví a subir y volví a bajar. Aunque me planteé, muy inteligentemente, que quizá no era muy prudente de mi parte usar la camioneta a la que un asesino y psicópata le había cargado combustible.

RAMÉ © [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora