capítulo treinta y tres

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Omnisciente;


A Mitchell Harris le golpeó el frío en la cara en el momento en que puso un pie en el exterior. Iba con Lee Harris, su padre, y Bobby Amery, el hermano de la joven a la que planeaba matar en unos minutos, cuándo volviera adentro.

Habían salido por la puerta principal, que daba a la escalera de la entrada, y para su mala suerte, uno de los hermanos Amery que estaba afuera esperando se dio cuenta.

—¡BOBBY! —gritó Chester Amery, y Tanner Amery tuvo que sostenerse de su hermano gemelo para no desmayarse y caer de la impresión.

Cualquiera que hubiera presenciado la escena, hubiera dicho que Corbyn Harris había visto al fantasma de alguien a quién amó hace muchísimo tiempo.

Se puso pálido, casi como una vela, mientras Bobby corría bajando las escaleras para llegar a los brazos de su hermano mayor. Pero lo de Corbyn no se debía al hermano menor de su amada, se debía a su abuelo. Lee Harris se adelantó un poco, pero antes de bajar la escalera, se dio vuelta hacia su único hijo.

—Ella no tiene la culpa de nada —susurró, como si esas palabras pudieran cambiar el destino de June Amery.

Mitchell subió y bajó los hombros en señal de desinterés.

—Yo sólo estoy acatando una orden —respondió.

Lee se volvió unos pasos y le puso la mano en el hombro.

—No eres una mala persona, haz lo correcto.

Se dio vuelta una vez más y comenzó a bajar las escaleras de la entrada para huir de la tortura. Él ahora era libre, aunque fuera por un tiempo nada más.

Cuándo Mitchell se disponía a entrar de nuevo, sus ojos chocaron con los de su hijo, que lo miraba anhelante. Lo miraba suplicando que no lo hiciera, que se hiciera para atrás, que la dejara ir. Porque June no era una persona cualquiera en la vida de Corbyn: era el amor de su vida, y no hay nada peor que el amor de tu vida y tu primer amor sean la misma persona.

A Corbyn le brillaban los ojos, pero no se debía a qué estaba mirando a su padre, se debía a que esa noche June moriría. Esa noche, su padre se convertiría en el responsable de haber asesinado a la mujer que él amaba. Su padre, que ni siquiera era capaz de considerar no hacerlo por él.

Corbyn, esa noche, había comenzado a decaer. Vio a June entrar, pero no iba a verla salir. ¿Y qué diablos se suponía que tenía que hacer él? No podía dejarla morir, pero tampoco podía atentar en contra de lo que ella quería, y June deseaba con todas sus fuerzas mantenerlos lejos. Mantenerlos a salvo, a él y a sus hermanos.

Porque Corbyn era tan importante en la vida de June como lo eran sus hermanos.

A Corbyn se le retorcían las manos de la bronca, del dolor, de la incertidumbre, de la ansiedad. Quería volver a la noche en que la conoció, para hacer las cosas diferente; para cuidarla y protegerla. Los fantasmas de todos los días que pasó con ella lo atormentaban terriblemente, ¿pero qué podía hacer él, más que pedirle a ella que lo dejara ayudarla, y rogarle a su padre que por favor no lo hiciera?

Mitchell lo miró durante unos segundos que parecieron eternos, en los cuales Corbyn moduló con los labios "Por favor", sin dejar salir un sonido. Cruelmente, su padre le guiñó un ojo y le dió la espalda para entrar de nuevo al edificio.

¿Se arrepentía de ser así? Probablemente, pero ya era demasiado tarde para cambiar.

Tenía que apurarse, tenía que cumplir con lo que le había prometido a Louise Durand, así que, silbando y con las manos en los bolsillos caminó de vuelta hacia dónde June lo esperaba, como si no le importara, cuándo en realidad si lo hacía. Lo había hecho desde el principio.

RAMÉ © [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora