capítulo veintisiete

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June;


—Chester —susurré, sacudiendo a mi hermano para despertarlo.

Gruñó y se dio vuelta.

 —Chester —lo volví a mover —. Chester, tienes que levantarte.

—¿Por qué? —preguntó con voz ronca —No quiero. Déjame dormir.

—Quisiera, pero tenemos que hacer algo muy importante.

—Sea lo que sea puede esperar hasta mañana —susurró, dándome la espalda —. Ahora déjame dormir, tuve un día de mierda.

—Chester —dije más fuerte —. Tenemos que irnos.

Lo escuché reír.

—¿A dónde? Hay que ir a dormir, ahí hay que ir.

Suspiré exasperada.

—Chester, esto es en serio —elevé un poco el tono de mi voz —. Tenemos que huir.

Se enderezó, más dormido que despierto, y me miró, entrecerrando los ojos.

—¿Qué estás diciendo?

—Tenemos que huir.

—¿Por qué?

—Te lo contaré todo, pero por favor, vámonos. No están a salvo aquí.

Se frotó los ojos y me miró, un poco menos sonso. Su vista fue hacia mi: me había sacado el vestido y los tacones, y ahora tenía unos pantalones cargo color crema, un jersey negro, una campera de cuero que adentro tenía peluche blanco y unos borcegos.

Su mirada vagó por su habitación, y de repente, se terminó de despertar. Me miró, casi furioso.

—¿Hurgaste mis cosas, June Elizabeth Amery?

—Esto es una emergencia —aclaré. No pensaba ponerme a pelear con él sobre eso —. Cambiáte. Ya preparé una mochila con todo lo que necesitas.

Frunció su ceño.

—Cuándo te digo que tenemos que irnos, estoy hablando en serio.

Caminé hasta la puerta, pero antes de salir, me dí vuelta y lo miré.

—Tienes cinco minutos.

Salí de su cuarto, y, cuándo cerré la puerta, vi a Corbyn: venía por el pasillo arrastrando a los gemelos, que caminaban con los ojos cerrados.

—No sé cómo voy a hacer para que bajen las escaleras sin que ninguno de los dos se me caiga —comentó, medio preocupado.

Reí levemente.

Tomé a Tyler del brazo y lo sostuve mientras bajábamos la escalera a la cocina para llevarlos al garaje y subirlos a la camioneta para que siguieran durmiendo allí y no estorbaran.

—¿Tú los cambiaste? —le pregunté a Corbyn, mientras evitaba que Tyler se diera la frente con el umbral del comedor.

—Sí, y no fue nada fácil —dijo, a mis espaldas —. Mientras vestía a uno, el otro se me dormía y se me caían si no los sostenía bien. Perdí la cuenta de cuántas veces Tanner se dio la cabeza contra el piso. ¡Y ni así se despiertan!

Reí de nuevo.

La luz del garaje estaba prendida, lo que nos facilitó el trabajo. Fue muy sencillo acomodar a Tanner, porque habíamos apoyado a Tyler en la camioneta y ahí dormía, con la cabeza colgando hacia atrás.

RAMÉ © [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora