capítulo cinco

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June; 


Habían pasado cerca de cuatro días del funeral de mi hermano. Mi hogar se había congelado un poco, aunque seguíamos intentando con mucha fuerza que todo volviera a la normalidad. Cosa que se complicaba, porque Bobby hacía falta. Mucha falta.

Mi papá ya había comenzado a preparar papeles y otras cosas que indicaban que las clases comenzarían dentro de poco. La idea de volver por un lado me resultaba tentadora, tampoco voy a mentir, pero por el otro, me parecía molesta y pesada. No quería volver a clases, siendo sincera, pero, a mi parecer, la educación escolar era una de las cosas más importantes que uno podía recibir.

La cuestión era que ese día extrañé a Bobby más de lo normal. Había soñado con él, y me levanté llorando y empapada en sudor, así que se me ocurrió ir a visitarlo al cementerio. Me levanté y como aún hacía calor, me puse un short y una camiseta con mis zapatillas. Ese fue todo el esfuerzo. Amarré mi cabello en un moño desordenado, y cuando bajé para ver si alguien quería ir conmigo, todos estaban ocupados.

Mi mamá buscaba un libro para empezar a trabajar en no sé qué nuevo proyecto con el ayuntamiento, Chester estaba encerrado en su habitación y ni siquiera me abrió la puerta cuando toqué, Tanner estaba ocupado cocinando no sé qué, y Tyler estaba muy concentrado viendo una película de Benedict Cumberbatch.

Como nadie quería venir conmigo, tomé una caja de lápices, una goma, una libreta, un altavoz, mi teléfono y puse todo esto en una mochila. Menos mi teléfono, que llevaba en el bolsillo de mi pantalón. Tomé a George y salimos los dos en dirección al cementerio.

Todo iba bien, hasta que mi celular vibró en la parte trasera de mi pantalón. Lo saqué, y vi que era un número parecido al que había bloqueado hace un par de noches. ¿Por qué insistía tanto?

Me había mandado una foto, pero al abrirla, un escalofrío me recorrió el cuerpo de pies a cabeza.

Era yo.

Salía de espaldas, caminando con George.

Me dí vuelta para ver quién me seguía, pero no había nada. Sólo un coche de policía estacionado. Capaz debía acercarme y decirles, pero no. Eso era estúpido. Estaba exagerando.

Volví a bloquear el número y seguí mi camino, pendiente a mis pensamientos.

Caminé unas ocho calles más hasta llegar al cementerio. Crucé la reja de la entrada, y caminé por los senderos que me llevarían hasta el panteón de mi familia, dónde estaban mis abuelos maternos, Henry y Josephine Durand, la hermana de mi madre que nunca llegué a conocer y por la cuál tenía ese segundo nombre, Elizabeth Durand, y dónde habíamos enterrado a mi hermano hace unos días atrás.

Aquel día el clima estaba hermoso. Había algunas tumbas que lucían espectaculares, y otras tantas que el tiempo les había pegado feo. Me sentí triste por esas personas, era claro que nadie se había ocupado de ellas.

El panteón se encontraba un poco apartado, cómo solitario. Era de mármol beige, y tenía un cártel que decía en cursiva dorada: "Durand", por el apellido de la familia de mi mamá.

Me senté en el pasto, frente a la sepultura y saqué todo de la mochila. Puse música por el altavoz (no demasiado alta), y me puse a dibujar. No me puse a pensar en nada, y dejé que el lápiz fluyera. Inconscientemente, estaba dibujando un retrato de mi difunto hermano. George se había echado a mi lado, pero de vez en cuando salía corriendo para perseguir pajaritos. Cuando estos se le iban muy lejos o volaban, volvía a mi lado.

RAMÉ © [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora