Capítulo 35. El Jardin de el Edén

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Su voz susurrante me llamó: "Soñador, Soñador, dador de sueños, ¿Por qué tanto miedo te embarga?"

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Su voz susurrante me llamó: "Soñador, Soñador, dador de sueños, ¿Por qué tanto miedo te embarga?"

Tragué saliva, sintiendo un nudo en la garganta, mientras humedecía mis labios con nerviosismo. Aquella pregunta aterradora resonaba en mi mente, y responderla resultaba aún más aterrador: "Temo a mi semejanza, hermano. Me aterra la sombra de la muerte, personificada en cabellos rojizos y mejillas sonrosadas que deambulan incansables en busca de mi ser, para poner fin a una vida que nunca supe valorar en su plenitud ni que sabía que podía perder".

Tenía mis dudas sobre las historias que circulaban entre los habitantes de Moonlitgh

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Tenía mis dudas sobre las historias que circulaban entre los habitantes de Moonlitgh. Aunque podían ser exageraciones, no todo carecía de verdad. Era evidente que temían a las criaturas equívocas. Observaba cómo cerraban las puertas tras de mí, aunque no huían del pueblo. Entre sus susurros, solo pude esbozar una sonrisa y murmurar: "Ingratos, amables solo en medio de un huracán..."

Mis agudos oídos captaron algo más que el silencio en la desolada calle del pueblo: murmullos cargados de chismes y una voz cuya maldad parecía más venenosa que la de una serpiente. En ese rincón del pueblo, conocido por sus chismosas, se escuchaban las palabras de Martina, una mujer que según decían había perdido la razón y eso explicaba porque su ropa andrajosa y su cabello desarreglado: "Déjame entrar, por favor... Lo vi con mis propios ojos, justo en el Bosque del Olvido. Te juro por Dios que lo vi, eres mi hermana, Aggi, ayúdame".

La otra mujer, de cabello castaño y con una bandolera rosada al cuello, se horrorizó ante las palabras de Martina: "¿Cómo puedes decir eso, Martina, por el amor de Dios?" Mientras tanto, Martina aguardaba ansiosa frente a la puerta, mientras Margaret se negaba a dejarla entrar.

Al percatarse de mi presencia, sus labios se sellaron y me lanzaron una mirada de desprecio. Una fugaz sonrisa se dibujó en mis labios. Por lo general, las trivialidades mundanas no me interesaban, ya fuera en mi forma humana o majestuosa, pero algo en sus palabras despertó mi curiosidad. ¿Acaso era miedo lo que sentían?

Desvié mi rumbo y me planté frente a ellas, dejándolas atónitas.

–¿No me invitas a pasar, Margaret?.– las miré fijamente, y al ver el brillo rojo y la intensidad de mis ojos, como la pupila se dilataba, Margaret cedió casi hipnotizada.

CREATE. El Pantano de los SueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora