Capítulo 28.

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Luna maldita.

Alecxander.

Me quedo recostado en la puerta, viendo en silencio a Janice que se pasea de un lado a otro tronando sus dedos ansiosa. Lleva al menos diez minutos haciendo lo mismo y por más que intenté pedirle que se calmara, una sola mirada asesina de su parte me hizo sellar los labios y quedarme aquí a la espera de que termine de pasearse como si quisiera abrirle un hueco al suelo.

Es insólito que siendo el hombre más poderoso y temido, ahora me encuentre a la espera de que una mujer que es tan pequeña como una hormiga me dé la orden para poder hablar.

Hace al menos quince minutos que tuve que pedirle a Lyonel que nos dejara quedarnos bajo la excusa de que las naúseas del embarazo no iban a dejar que Janice pudiera viajar tranquila sin vomitarse encima. No se negó, en menos de nada ya tenía una habitación lista para nosotros y salimos casi que corriendo del baile que ni ha terminado.

Janice está alterada, demasiado alterada, no deja de susurrar lo mismo una y otra vez. Varias veces ha sacudido sus manos para alejar el humo de unas llamas vivas que brotan de sus manos. Lo único que sé es que me pidió quedarnos porque descubrió que la piedra de luna de abajo es el objeto maldito. Eso es lo único que me ha dicho porque cuando intenté indagar más, me regañó como si fuera un niño fastidioso. Callé y obedecí sólo porque no quiero que en medio de su rabia me aniquile.

¿Lo único bueno en todo esto? Es que ya mandé a mis hombres para que se encarguen de la tonta vizcondesa esa.

Pasa las manos por su cabello, inhalando y exhalando varias veces.

—Tenemos que sacarla, Alecxander, tenemos que sacar esa piedra de luna. —susurra por tercera vez en estos diez minutos, de nuevo los hilos de magia aparecen y no los contiene, sino que deja que creen una nube negra a su alrededor—Es el objeto maldito, esa piedra es el objeto maldito.

Está ida. Lo que sea que haya visto o sentido ha sido tan fuerte como para tenerla en un estado de shock del que no quiere salir, y odio eso. No me gusta verla así, me recuerda a como se puso en Dorthonion luego de atacar sin querer a Lee y odio recordar eso. Odio saber el porqué le asustó tanto lastimarlo.

Suspiro con pesadez, despegándome de la puerta y no me importa si me hace daño o se enoja al momento de tomarla por los hombros, obligando a sus movimientos ansiosos detenerse y que el humo me rodee a mí también.

—Es el objeto maldito, la piedra de luna es...

—Si, preciosa, la piedra de luna es el objeto maldito. —tomo su rostro entre mis manos, viendo como esos ojos están tan oscuros que dan la apariencia de ser negros—Lo comprendo, vamos a trabajar juntos en esto y la sacaremos de ahí, pero ahora necesito que reacciones o sino tendré que irme con la vizcondesa.

Parpadea incrédula, se queda por varios segundos procesando mis palabras y luego, me da la reacción que esperaba cuando frunce el ceño molesta y aparta mis manos con brusquedad.

—¡No intentes darme celos con ella!—aprieta los puños a sus costados, el humo disminuye pero sigue luciendo algo desorientada, rabiosa—La piedra de luna es...

—Como no reacciones de una buena vez me voy a ir. —amenazo, de alguna forma u otra tiene que hacerlo, tiene que volver a ser ella misma y no esta grabadora que repite lo mismo una y otra vez. No responde nada, sino que se queda en silencio con los labios apretados en una dura línea—Bien, como quieras entonces.

No consigo dar ni dos pasos cuando escucho como el seguro de la puerta se pasa y luego, sus uñas se clavan en mi brazo dándome la vuelta con una fuerza que le desconocía. Apenas me deja reaccionar porque me salta encima, rodeándome con piernas y brazos, y esconde la cara en mi cuello dejándome sorprendido cuando empieza a sollozar aferrándose a mí con tanta fuerza que parece como si temiera que la suelte.

PODER: El Libro De Las Siete Maldiciones. [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora