Capítulo 53.

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Confesiones.

Janice.

Camino, camino y camino sin parar, sin duda, sin preocuparme por el aire que me falta o el dolor en mis pies descalzos que sufren bajo las piedras que se incrustan en mi piel. No me detengo porque el tirón que retuerce el lazo y jala de mí con mucha fuerza es señal más que suficiente para que continúe.

Para que llegue a él.

Mis ojos no dejan de recorrer todo a mi alrededor en busca de reconocer estas paredes talladas en piedra negra, que parecen retener siglos de secretos. Cada grieta y cada hendidura cuenta una historia de tiempos olvidados. Las telarañas, como hilos de plata, se extienden desde los rincones más oscuros hasta los arcos desmoronados. El polvo flota en el aire, danzando con la tenue luz plateada que se filtra por los hoyos que hay en el techo. Los escombros cubren el suelo, piedras desprendidas, fragmentos de estatuas rotas y tablones astillados se mezclan en un mosaico de abandono, y el aire está cargado de moho y humedad.

El frío es implacable, se cuela por las rendijas, envolviéndome en su abrazo helado. Mi aliento se alza frente a mí como un humo blanco que sale con cada exhalación ruidosa, y mis dedos se entumecen tanto que debo juntar mis manos y soplar en busca de que el frío baje. Las antorchas, ahora apagadas, prenden de los muros. Sus soportes de hierro están corroídos, y solo quedan rastros de cera negra endurecida en el suelo.

Mi corazón late cada vez más inquieto mientras voy avanzando, cada paso más pesado que el anterior. El pasillo se extiende ante mí, interminable, y la sensación de malestar crece. ¿Por qué estoy aquí? ¿que es este lugar? ¿que hago aqui?

Miro a todas partes queriendo ubicarme, se me hace familiar pero a la vez no, siento que he estado aqui antes pero no recuerdo nada. La misma pregunta se repite en mi cabeza en busca de alguna respuesta pero no la tengo. No hay respuesta, solo la inmensa oscuridad que me rodea, el resonar de mis pies que van barriendo las piedras con cada paso y esa extraña sensación de estar siendo vigilada desde la sombras de algo antiguo y muy hambriento por despertar.

Debo apurarme.

Estoy mareada, tengo la vista borrosa y de vez en cuando me tambaleo por la confusión que me causa el pasillo que se divide en dos partes y me deja en medio de una inmensa duda. ¿Si está pasando o estoy tan mal que ya veo doble?

Izquierda, derecha. Izquierda, derecha. Izquierda, dere...

Murmuro por lo bajo restándole importancia, no me pongo a seguir cual sea mi instinto y solo sugo avanzando, continuando con el camino de la izquierda. Yo necesito llegar a él.

Y como si fuera obra de los mismos dioses, por fin en medio de tanta oscuridad, al fondo del pasillo hay una antorcha encendida que con su luz naranja ilumina la enorme puerta de madera negra que tiene runas grabadas, que puedo apreciar cada vez mejor a medida que me voy acercando. Apenas me detengo frente a ella, el calor del fuego me envuelve y calma el temblor en mi cuerpo. Paseo los dedos por el brote de la madera, y justo como pasó en aquella cabaña, estas runas me reconocen y encienden susurrando esos hechizos en otro idioma que me eriza hasta el más mínimo vello por lo familiar que me resultan.

La puerta chilla con el lento movimiento al abrirse, la fina tela de la bata blanca para dormir que traigo puesta se mece con la suave brisa con olor a humedad y...sangre que proviene de adentro. Por un momento me entra la duda de entrar, pero es ese tirón que da el lazo tan fuerte que me tambaleo hacia adelante y avanzo varios pasos, entrando por completo en la habitación que se ilumina gracias a las antorchas que resuenan al ser encendidas una a una, y me dejan ver un escenario que reconozco de inmediato.

PODER: El Libro De Las Siete Maldiciones. [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora