Capítulo 59.

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Impulso.

Janice.

Mis tacones resuenan en el piso de mármol, el pecho me duele demasiado, como si una tijera invisible hubiese cortado ese lazo que nos úne y ahora no quedará más que mi corazón roto y a la deriva.

Las altas figuras de los cuatro guardias que cargan a Alecxander no me permiten ver bien, mis débiles pulmones sufren por el esfuerzo que hago para seguirles el paso y mis pies me duelen, pero aún así no me detengo. No puedo.

—Janice, todo va a estar bien...

Corto las palabras de Jedan con un solo empujón de mi magia, su espalda choca contra la pared y ni me preocupo por ver que es lo que cae y se quiebra.

—Con un simple "Cállate Jedan" bastaba.—murmura por lo bajo, en medio de un quejido de dolor.

Ni siquiera lo miro.

Empujan las puertas, la habitación del doctor Cyrus está con las luces encendidas y su risa junto con la de las dos enfermeras que lo acompañan siempre, se cortan de golpe cuando nos ven entrar. Es el primero en ponerse de pie en un salto.

—¿Qué le ha pasado a su majestad?—cuestiona preocupado, señalando la camilla vacía. Los guardias no tardan en depositarlo—¿Que ha pasado?

No mira a nadie, está concentrado en abrir los ojos de Alecxander y en probar sus signos vitales con una mueca de preocupación.

—Yo no... estábamos en la oficina y...—el llanto no me deja hablar bien—¿Cómo está? ¿Va a estar bien? ¿Si puedes ayudarlo?

Su ceño se frunce, sacudiendo ligeramente la cabeza.

—No le siento pulso.—dice con gravedad, mirando a las enfermeras—El rey no tiene pulso. ¡Traigan el desfribilador! ¡Rápido!

El mundo se desmorona a mi alrededor cuando escucho las palabras del doctor Cyrus:

"No le siento pulso"

Es como si el tiempo se detuviera, y una ola de frío me recorriera el cuerpo. Mi corazón se siente como si estuviera siendo aplastado por una mano invisible, y el aire se vuelve denso, difícil de respirar.

El miedo se apodera de mí, un miedo tan profundo y visceral que me paraliza. Mis manos comienzan a temblar incontrolablemente, y siento que las piernas me fallan.

—No, no puede ser.—susurro, pero mi voz suena lejana, como si no fuera mía. Las lágrimas empiezan a correr por mis mejillas, calientes y amargas.

La tristeza me invade, una tristeza tan abrumadora que me hace caer de rodillas. Veo en cámara lenta cómo el doctor Cyrus y las enfermeras trabajan frenéticamente, preparando el desfibrilador. Cada segundo que pasa es una tortura, y el dolor en mi pecho se intensifica.

El doctor coloca las palas del desfibrilador sobre el pecho de Alecxander, y el sonido del choque de energía resuena en la habitación. Veo su cuerpo sacudirse con cada descarga, su pecho subiendo y bajando de manera antinatural. El pitido constante en la pantalla es un recordatorio cruel de que su corazón no está latiendo, de que lo estoy perdiendo.

La culpa me consume. ¿Cómo pude permitir que esto sucediera? ¿Qué hice mal? ¿Acaso fuí yo? ¿Yo lo...? Cada pensamiento es una daga que se clava más profundo en mi alma.

Toda la tétrica escena que estoy viendo es interrumpida por unas piernas, y luego, un rostro que conozco muy bien cuando se agacha. Jedan.

—Pelirroja, él va a estar bien, sabes que sí.—por el tono de su voz, sé que ni siquiera él se cree eso y mi llanto crece—No es necesario que veas esto, ven aqui...

PODER: El Libro De Las Siete Maldiciones. [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora