Capítulo 19.

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Marido y mujer.

Janice.

Frío. Tengo mucho frío.

Está oscuro. Todo a mi alrededor es muy oscuro, frío, siniestro.

¿Alecxander?—el sonido de mi voz cae como ecos que reverberan en cada rincón, hasta perderse en la tenebrosa oscuridad—¿Alecxander?

¿Por qué no me responde? ¿Dónde está? ¿Dónde estoy?

El líquido tibio escurriendo de mis manos cae en el piso, llenando el silencioso espacio con el golpeteo constante de las gotas sobre él, y bajo la vista no pudiendo distinguir que es esta cosa espesa y caliente.

Mis pies descalzos se mueven sobre el suelo rocoso, una fría brisa mueve mi cabello y la piel se me eriza.

Tengo que irme de aqui. Necesito irme. Necesito encontrar a Alecxander.

—¿Alec?—el temblor en mi voz no pasa desapercibido, tengo mucho miedo y frío. El goteo en mis manos no para manchando el suelo a su paso y llenando mis pies—Te necesito, ¿donde estás?

¿Donde está? ¿donde está? ¿donde está?

Suelto un quejido del dolor cuando choco contra algo duro y me golpeo la nariz y frente. Una pared. Una enorme, fría y rocosa pared.

Tanteo con mis manos queriendo encontrar una puerta, una salida, algo que me permita huir de aqui. No entiendo que hago aqui, yo necesito salir. Tengo que contarle, decirle la verdad.

—¡Ayúdenme!—grito llenando con mi voz las paredes, alguien puede oírme y quizás me ayude—¡Ayuda, por favor!

No ha pasado ni un minuto de mis estruendosos gritos cuando la pared que golpeaba con mis puños se enciende con el candelabro a un lado, logrando que un resto lo imiten y se enciendan como hileras iluminando todo a mi alrededor.

El fuego que pende de las velas le da un toque más cálido al espacio hasta colarse en mis huesos, con labios y piernas temblorosas me doy la vuelta sintiendo que desfallezco al reconocer el sitio en el que estoy.

Lo conozco, yo conozco estas paredes, estas mariposas, estas estatuas. Kayser. Estoy en Kayser.

—¿Ho...?

Un gruñido animal, bestial, algo fuera de este mundo y que nunca antes hubiese escuchado, llena todo el espacio hasta hacerme temblar del miedo. Volteo a un lado en busca de dicho sonido, y lo que veo me deja sin aire, sin movilidad, sin pulso.

No, no, no...

La bestia grande, feroz, negra y peluda me pela los dientes viéndome como su próxima presa, los ojos tan rojos como la sangre y con uñas tan largas y filosas que sé que son capaces de desgarrar gargantas en un segundo. Un lobo. Un lobo gigante, más alto que yo y tan temible que todas las extremidades me tiemblan.

Retrocedo un paso con cuidado, queriendo dejar de ser el foco de su atención, pero el rugido rabioso que suelta me hace pegar un respingo y no es hasta que la bestia se mueve a un lado con el mismo sigilo de un cazador merodeando a su presa, que me congelo en mi sitio al darme cuenta que no va a saltar para atacarme, sino que me está mostrando algo. A alguien.

—Mira lo que hiciste, bastarda.

El sonido gutural, grave y aterradora con un tono ronco y amenazante que reverbera en cada rincón del templo y que surge de la bestia que parece mirarme con una sonrisa burlona. Pero no puedo estar muy concentrada en eso, no cuando mis ojos están fijos en el cuerpo inerte rodeado de sangre que se mantiene a sus patas. No se mueve. No respira. No tiene vida.

PODER: El Libro De Las Siete Maldiciones. [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora