En el mar.
Alecxander.
Bajo un poco los lentes de sol para poder ver con mejor claridad como mi esposa camina por la orilla de la playa, con el brazo enlazado al de la princesa Ricci como si fuesen, no lo sé, amigas. No puedo creerlo.
Hace al menos tres horas que vine casi que obligado por Janice a la playa, porque según ella Olive quería mostrarle lo más hermoso de Kenej, y por mucho que me negué porque odio las playas, sólo bastó que me convenciera con una de sus últimas manipulaciones en donde me amenazaba con ir ella sola y encontrarse con otro hombre al que si le gustara la playa. Ahora me encuentro aqui, sentado en una silla más incómoda que una piedra, llevando sol peor que un tejado y siendo completamente ignorado por la mujer que se hace llamar mi esposa.
Estúpido. Es estúpido lo que estamos haciendo aqui, perdiendo el tiempo como si yo no tuviera que terminar de convencer a Massimo y Carmine, y como si ella no tuviera que estarse encargando de encontrar la corona maldita de la tal reina esa. Lo peor de todo es que puedo largarme y cumplir con mis cosas, pero me niego a dejarla aqui sola rodeada de los amigos de Olive, quienes beben y ríen emocionados.
Suspiro hastiado, dejo caer la cabeza en la silla y acomodo los lentes listo para soportar otras horas en las que de seguro llegaré a Drangfield tan negro como lo eran los Azlov.
—¡Alec!—el grito de Janice en vez de alegrarme, me hace palpitar la cabeza y debo enderezarme para ver como se acerca corriendo en mi dirección—¡Alec!
El vestido floreado que carga puesto, se hondea por la brisa y su cabello recogido en una coleta se desordena por semejante impulso. Se detiene frente a mí jadeando y por la sonrisa que tiene, sé que lo que va a decir no me va a gustar para nada.
—Olive nos está invitando a su yate que nos llevará a una parte de la isla que...
—Preciosa, tenemos cosas más importantes que hacer que estar haciendo paseos en yates. —paseo los dedos por mi sien, la cabeza me va a explotar—Mejor vámonos y hagamos lo que tenemos que hacer.
—Bien, como quieras entonces. Iré yo sola.
El regaño que estaba por soltarle por su terquedad se me queda atorado en la garganta y cualquier pensamiento coherente que estaba en mi cabeza se esfuma, cuando Janice se toma el maldito atrevimiento de llevar los dedos hasta el borde del vestido floreado y lo sube con rápidez, sacándolo por completo y me quedo sin aire. Literalmente.
El traje de baño negro que trae puesto debería ser un crimen, debería estar prohibido en los Siete Reinos porque le queda tan perfecto que es imposible que mi cuerpo no reaccione ante eso. Las tiras del sostén se amarran en su cuello, la fina tela tapa sus pechos que lucen más grandes por lo apretado que lo tiene amarrado. Sigo bajando con lentitud para admirar su cintura, su piel con algunos lunares y siento que voy a morir de un infarto apenas veo la pieza que se amarra en sus caderas y que le cubre lo necesario, trayéndome el recuerdo de la lencería que se puso en Lakeburgh.
Ni siquiera se preocupa con tapar la cicatriz en su muslo, se da media vuelta y la erección que estaba surgiendo, se reafirma con más fuerza cuando soy capaz de ver como la tela se mete entre sus nalgas y como sus caderas se mueven de un lado a otro con cada paso que da. No lo pienso demasiado, me pongo de pie en un salto y voy detrás de la mujer que parece tener una correa en mi cuello de la cual tira cada vez que se le viene en gana y me tiene siguiéndola como un perro.
Abrazo su cintura y escondo la cara en su cuello, escuchando como suelta una risita que termina de confirmarme lo que ya creía.
—Me estás cansando con tus manipulaciones. —susurro sobre su piel, no me importa que haya personas cerca, igual la abrazo más fuerte para que pueda sentir contra su espalda como me tiene y el que suspire nerviosa, me encanta—No vayamos a ese yate y deja que te folle con esto puesto...
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PODER: El Libro De Las Siete Maldiciones. [+18]
Mystery / ThrillerLuego de una tragedia que me quita toda posibilidad de escapar, una carta llega, un baile se aproxima y sé que los dioses tienen mi destino ya está escrito cuando noto sus intenciones de empujarme hacía él. Alecxander Herondale. Ese hombre que en...