Llevaba casi dos horas encerrada en aquella pequeña salita mientras escuchaba a sus hermanas discutir sobre la distribución de los invitados. El número de habitaciones reducía considerablemente la lista de invitados, así que sus hermanas intentaban hacer malabares reajustando las habitaciones en las que varias damas podían alojarse juntas y de ese modo, ampliar esa lista a uno o dos invitados más.
—¿Crees que el duque de Guicciardini se ofendería si le obligamos a compartir habitación con su primo Carlo?
Camelia sintió que los ojos de sus dos hermanas se centraban en ella. Quizá, esperaban una respuesta por su parte dada la cercanía que poseía hacia su mejor amigo Carlo.
—Dudo que el duque se digne a venir, aprovecharíamos mejor las habitaciones si no contásemos con su presencia.
—Teniendo en cuenta vuestro último encuentro y como se fue del concierto, no me extrañaría que tratase de evitar encontrarte.
Camelia bufó algo inteligible entre sus labios, una maldición en un idioma incomprensible para sus hermanas que ya se habían acostumbrado a que lo hiciera con bastante frecuencia y se centró de nuevo en su lectura. Dejaba que ella se encargaran de la parte tediosa, pero debía hacer acto de presencia para que su padre se resignara a pensar que participaba.
—Deberías cambiarte, debemos salir hacia la modista en menos de una hora para los últimos arreglos de tus vestidos —dijo Alessia dirigiéndose a Camelia.
Por si la organización de la fiesta en la casa de campo fuera insuficiente, Lord Vasatti había pedido a su hija mayor que supervisara la elección de los nuevos vestidos de Camelia y, si lo consideraba oportuno, remodelar todo su vestuario.
Camelia no había protestado. No le podía importar menos vestir colores sobrios como el ocre, gris marengo o verde oliva en lugar de tonos pasteles como solía hacer ya pasados algo de moda. Lo único a lo que se oponía de todo aquello era la esperanza de su padre en que encontrase marido. Jamás había insistido en ello, tampoco la había presionado o alentado y siempre había respetado su decisión respecto a los poquísimos caballeros que habían tratado de cortejarla. Por suerte, teniendo a Carlo tan cercano a ella se había reducido tanto el numero que era inexistente. Toda Florencia pensaba que ellos dos terminarían comprometidos y que solo era cuestión de tiempo formalizarlo, algo más por lo que tenía que estar agradecida a su mejor amigo.
—El nuevo corsé es un aparato de tortura china creado para hincarse en mis costillas y que deje de respirar. Moriré si tengo que llevarlo durante todo un baile —afirmó cerrando el libro de un golpe y provocando un sonido ensordecedor.
—Te aseguro que no morirás como no lo ha hecho ninguna de las damas que lo llevan, incluidas Georgia y yo.
Insistir no iba a lograr hacer cambiar de opinión a Alessia, que muy a su pesar, era intransigente cuando se lo proponía, como en aquello. Lo peor es que los vestidos nuevos estaban hechos específicamente para ese corsé y eso hacía que los viejos no se acoplaran bien porque apenas apretaban su cintura al haber cedido en las costuras.