En pocas horas los invitados comenzarían a llegar y todo estaba preparado para su recibimiento. Flores silvestres frescas por todas las estancias y habitaciones, saquitos de lavanda recién recolectada en los armarios para mantener la ropa perfumada, sabanas recién lavadas y colocadas, tapices aireados, alfombras almidonadas y la cubertería de plata recién abrillantada para deslumbrar a sus invitados.
—No deberías apoyar el pie —terció Camelia a su hermana menor por cuarta vez en lo que iba de día.
No había sufrido un esguince, pero si se lo había torcido lo suficiente para saber que si se excedía, pasaría todo el fin de semana sin moverse del sillón. Y, si debía ser completamente sincera, esa idea a Camelia no le desagradaba del todo a pesar de que no le deseaba el mal a su querida hermana. Puede que le hubiera pedido disculpas a Georgia por su conducta, pero eso no cambiaba el hecho de que mantuviera la misma opinión respecto a lord Guicciardini. Quizá, si su hermana permanecía durante todos los festejos convaleciente, ese maldito engreído no tendría la oportunidad de acercarse a ella estando a solas.
—Todo debe estar absolutamente perfecto para cuando llegue el duque —decretó moviendo las manos y podía atisbarse su nerviosismo.
Durante aquellos días había tratado de limar asperezas con Georgia, acercarse a ella y demostrarle que estaría a su lado y que se preocupaba por su bienestar, pero era como atravesar un muro infranqueable. De algún modo, percibía que su hermana tenía algún malestar incapaz de expresar y que, a pesar de tolerar algunos caprichos o malestares en gran parte inducidos por la molestia del tobillo, intuía que había algo mucho más profundo en el interior de Georgia que no se atrevía a expresar.
Le había reprochado que por una vez alguien la elegía por encima de ella, ¿Quien? No podía ser Alessia, de hecho entre ellas la relación era mucho más buena por su cercanía en cuanto a gustos. Le había dicho que tampoco era su padre, ¿Se refería a algún sirviente? Bien es cierto que de todas ellas, era la que mejor se llevaba con la servidumbre puesto que les ayudaba a preparar la comida que solía llevar para donar o le ayudaban a recolectar ropas, pero no tenía ningún sentido.
Ojalá estuviera Carlo, al menos podía confiar en él para expresar lo que pasaba por su mente. Y por un instante pensó en él como en la persona a la que Georgia hacía referencia.
¿Podría ser?, ¿Podría referirse a su amigo Carlo? El entusiasmo que ese pensamiento generó en sí misma fue tal que incluso percibió como su corazón se aceleraba, como los latidos se apresuraban uno tras otro batiendo fuertemente contra su pecho y creyendo que de ser así, sería inmensamente feliz, no solo por su mejor amigo, por su propia hermana, sino por ella misma al creer que dos personas a las que tanto quería se amaran, pero detuvo abruptamente sus pensamientos. No podía anticiparse, como tampoco podía ilusionar a Carlo vanamente. Debía asegurarse, tenía que averiguar con certeza a qué se había referido su hermana con lo de ser elegida y a qué hacía exactamente alusión, porque bien podía referirse a una sana amistad.
«No. Georgia siempre ha vivido empeñada en que Carlo está enamorado de mi...» Camelia se llevó una mano a los labios para evitar un pequeño gritito de conmoción.
De ser cierto... de ser realmente cierto lo que sus pensamientos conformaban y deseaba fervientemente que lo fuese, eso podría cambiarlo todo.
—Y lo estará —cercioró Alessia—, pero Camelia tiene razón y deberías reposar. Los invitados no tardarán en llegar y si te fatigas ahora, tendrás que excusarte tras la cena por no poder bailar con el duque.
Que toda la conversación girase en torno al duque empezaba a crispar los nervios de Camelia.
Por suerte, el ruido de los cascos de caballo acercándose por el camino indicaba los primeros invitados en llegar, se trataba de la familia Vannicelli, un fiel amigo de su padre que venía acompañado de su esposa y la única hija soltera que le quedaba. Tras ellos, llegaron sus amigas Elisabetta y Sofia, acompañadas de sus respectivas madres. Posteriormente el carruaje de lord di Montis y su hermana lady Cecilia hizo acto de presencia cuando algunos invitados ya se habían refrescado y tomaban un refrigerio en el jardín. Los penúltimos en llegar fueron la condesa viuda de Santis, gran amiga de su difunta madre junto a sus dos hijos, el conde de Santis y su hermana lady Isabella. Finalmente, los últimos en llegar a la fiesta campestre, fueron los Guicciardini, cuya expectación por su llegada era debida a la presencia del duque pues en aquella reunión a pesar de ser en un ambiente íntimo y casi familiar, había que recordar que albergaba a ocho damas solteras y en edad casadera y que todas menos dos podían ambicionar ser su esposa; una por ser la propia hermana del duque y la otra porque el concepto de estar cerca de él ya le parecía una penitencia.
El refrigerio se alargó gracias a la buena temperatura exterior y las sombras que arrojaban los grandes alcornoques cerca del jardín, ofreciéndoles un confort indiscutible y una conversación animada sobre el trayecto, el paisaje y lo agradable que resultaba estar lejos de la ciudad durante una corta estancia.
—Lady Camelia —dijo Guicciardini acercándose a la dama ya que hasta ahora no la había saludado formalmente.
No iba a reconocer que lo había evitado, quizá porque Carlo le había hecho sentirse más incomodo de la cuenta durante el viaje, pero tenía que reconocer que mientras hablaba con los otros invitados, no dejaba de ver el brillo dorado de su vestido destacando sobre el resto del colorido jardín. Aquel color era tan similar al de sus ojos que resultó embriagador cuando ella dirigió su vista hacia él.
En sus ojos no estaba el mar, ni la tierra, ni la lluvia o la hierba. En los ojos de lady Camelia Vasatti estaba el sol que lo iluminaba todo. La fuente de vida, la esperanza, el anhelo y era insultantemente hermoso.
—Lord Guicciardini —dijo antes de apartar la mirada de aquellos ojos que se asemejaban a las hojas de los árboles en primavera cuando relucen bajo el brillo del sol y brillan con devoción.
—Aún me debe su parte del reto puesto que yo cumplí con la mía —dijo recordándole que le debía aquella conversación en danés.
—Podría fingir que no lo recuerdo, incluso podría poner mil excusas para evadir estar en su presencia, pero dado que usted cumplió su palabra, no seré merecedora de ningún reproche. ¿Quiere un baile?, ¿Un breve paseo? ¿O prefiere que le muestre nuestra casa mientras conversamos en danés?
—En realidad me gustaría que me mostrase el pequeño viñedo y la fabricación de su propia cosecha —advirtió con interés.
—Para eso tendrá la oportunidad junto a todos los invitados antes de marcharse...
—Mañana al alba, cuando todos duermen. Usted y yo a solas —susurró él en danés y Camelia tuvo que procesar durante un momento lo que acababa de proponerle.
Si no fuera porque le dijo al alba y no en plena noche, habría sido demasiado malpensada, pero ¿Acaso podía culparse de serlo si se refería al duque.
—No debería tener miedo, lady Camelia. Como bien dijo la última vez que nos vimos, ha conocido el placer y fue sublime. Imagino que no hay nada que pueda perder... o temer que pueda hacerle.
¡No se lo podía creer!, ¡Estaba jugando con las palabras del mismo modo que había hecho ella!