Carlo llegó apresurado y soliviantado cuando Camelia dio el primer sorbo de té caliente. Necesitaba calmar sus nervios antes de afrontar aquella conversación que realmente no deseaba, pero debía cerciorarse de los sentimientos de su mejor amigo.
—¿Que haces aquí? —exclamó aturdido—. La doncella no sabía explicarme nada y estaba realmente alterada, ¿Es que te han asaltado?
Podría decir que si, puesto que en términos reales, lord Guicciardini la había asaltado y casi besado sin su consentimiento, pero también es cierto que ella le había propinado un guantazo y casi un segundo de no ser porque se lo había impedido, pero ese no era el motivo por el que estaba allí y pensaba solucionar ese inconveniente en otro momento.
—Estoy bien, solo me he alterado por la premura en llegar lo antes posible. Me fui de casa cuando te marchaste y no pensé en pedirle a una doncella que me acompañara. Ya sabes. Soy demasiado imprudente y impulsiva cuando se me mete una idea en la cabeza.
Carlo relajó el semblante, no le extrañaba la imprudencia de Camelia, estaba acostumbrado a ella, pero si había temido por su propia seguridad.
—¿Y porqué has venido? Te dije que tenía varios asuntos que atender...
—Y no sabes mentir, lo que me llevó a sobreentender que algo te había molestado de nuestra conversación y sé que no podría dormir hasta estar segura de que es lo que te hizo marcharte de ese modo —rebatió dejando la taza y colocándose de pie para acercarse a su amigo—. Eres como el hermano que nunca tuve, de hecho, estoy segura de que si tuviera uno, la cercanía y conexión que tenemos no sería la misma o distaría mucho de acercarse. Nunca ha existido secretos entre nosotros Carlo, así que necesito saber cual es el motivo real por el que te has ido de ese modo.
Carlo pareció reacio durante unos segundos y después pasó de largo hasta acercarse a la licorera que había en la esquina opuesta donde se hallaba Camelia.
—Tienes razón en pensar que estoy molesto, pero te equivocas en algo —afirmó vertiendo el liquido sobre el vaso—. Llevo tiempo mintiendo, lo suficiente para que no te hayas dado cuenta, pero no te culpo, yo mismo desconozco en qué momento ha sucedido o como es posible que mis sentimientos hayan cambiado de ese modo.
—¡Oh, dios! —gimió Camelia no pudiendo creer que su hermana tuviera razón. ¡Carlo no podía amarla! ¡Se habían criado como hermanos! —. Carlo yo no... no... yo no...
Carlo se echó a reír y eso la confundió aún más.
—No estoy enamorado de ti, Camelia —dijo haciendo que ella estuviera aún más estupefacta—. Aunque sería mucho más fácil o comprensible, al menos puedo coincidir plenamente contigo en que mis sentimientos hacia ti son como los de una hermana y precisamente por eso nunca fui capaz de confesarte nada.
¿De qué estaba hablando?
—No lo entiendo —dijo finalmente—. Dices que me has estado mintiendo, que tus sentimientos han cambiado pero que no podías confesarme nada, ¿Por qué? —preguntó siendo incapaz de ver la realidad.
—Porque estoy enamorado de tu hermana Georgia.
La realidad de aquello le impactó lo suficiente para tener que agarrarse al respaldo del diván y no caer al suelo. Carlo, su querido e íntimo amigo Carlo se había enamorado de su hermana pequeña y probablemente había tenido que guardar esos sentimientos con la esperanza de tener una oportunidad, la misma que su dichoso y petulante primo le había arrebatado con su dichoso título de duque.
—¡Oh, Dios! —exclamó esta vez con desgana.
—Si —afirmó Carlo—. Mi petulante primo, ese al que odias con todo tu ser, se casará con la mujer que amo y no podré hacer nada para impedirlo.
—¡Tu serías mil veces mejor marido para Georgia que él! ¡Tienes que confesarle tus sentimientos! ¡Decirle lo que sientes! —exclamó Camelia.
—No —Carlo dio vació la copa en su boca de un solo trago y dejó el vaso en el aparador para dirigirse hacia su amiga—. Georgia jamás rechazaría a un duque por un caballero de menor rango, por muy mala reputación que ostente. El día que se enfrentó a ti en el carruaje, me quedó muy claro que ella desea ese matrimonio y probablemente también le desee a él como todas las damas de Florencia salvo tú.
—Carlo... ¡No puedes renunciar a ella de ese modo! ¡Menos aún por él! —gritó.
—No se renuncia a lo que jamás se ha tenido, Camelia. Soy consciente de mis limitaciones, pero esta tarde cuando mencionaste que yo sería mucho mejor para ella que él, me dolió ese sentimiento de ensoñación durante un instante. Me hizo comprender que ella no sentirá lo mismo que siento yo y que tendré que esconder mis sentimientos durante el resto de mi vida.
Camelia no supo que decir, ni que hacer, ni como reconfortar a su amigo cuando era evidente que estaba abatido, así que simplemente se acercó y colocó sus manos sobre las de él percibiendo como evitaba mirarla.
—Sé que Georgia no ama a tu primo y que tú la harías inmensamente dichosa y feliz si quisiera casarse contigo.
—No lo entiendes aún, ¿verdad? —contestó Carlo alzando los ojos—. Puede que no ame a Gabriele, pero es indudable que le atrae. No tengo ninguna posibilidad, por no mencionar que ninguna dama renunciaría a ser duquesa para ostentar un rango menor por muy mujeriego que haya sido mi primo. Asumí que sería así anoche en el baile, cuando él declaro sus intenciones, supongo que ya no importa que esconda o no mis sentimientos. Primero fui prudente porque aún era demasiado joven y era su primera temporada, ahora... me arrepiento de no haber sido consecuente antes, pero temía el rechazo y mi propia vergüenza al fracaso me ha hecho perderla para siempre.
Camelia sintió como las lágrimas silenciosas caían por sus mejillas al ver que su íntimo amigo sufría y más aún porque a pesar de su necedad respecto a Guicciardini y su propia hermana, le comprendía. Ella no había amado de ese modo, tan puro, inocente y al mismo tiempo generoso, capaz de renunciar a ese amor sin batallar al creerlo una causa perdida.
—Debes prometerme que no le dirás nada a tu hermana. Prométeme que no le dirás nada de esto a nadie. Por nuestra amistad, por el lazo que nos une, júrame que jamás pronunciarás una sola palabra de lo que he dicho. Georgia no debe descubrir jamás mis sentimientos, lo último que deseo es ver aflicción en sus ojos hacia mi, eso sería aún peor que verle casada con otro hombre.
Camelia observó a Carlo y vio el dolor reflejado en los ojos de su amigo, así que no pudo rebatir su orden, ni siquiera contempló la posibilidad de fallarle de ese modo.
—Te prometo que jamás le hablaré sobre tus sentimientos con Georgia. Tienes mi palabra.