La casa de campo estaba a medio día en caballo desde Florencia o un poco más para quienes viajaban en carruaje como las hermanas Vasatti junto a su padre. Aquel trayecto era uno de los momentos en los que Camelia aprovechaba para observar el paisaje, repleto de vides, girasoles y grandes campos de lavanda que crecían bajo un espléndido sol primaveral. Se notaba la cercanía del verano y eso significaba que podrían abandonar la capital para pasar en la casa a la que se dirigían toda la estación calurosa. Había muy pocas sombras en el camino y solo una posada en la que detenerse para realizar un breve descanso, pero aquellos campos infinitos eran un paisaje tan singular que no comprendía como a sus hermanas les parecía más interesante jugar a las cartas que contemplar el paisaje.
A veces ni siquiera comprendía porque era tan diferente a Alessia y Georgia o porqué no compartía los mismos gustos o devociones.
—Camelia, aún no nos has dicho quien ganó la partida de ajedrez antes de que se fuera el duque... —inquirió la menor de sus hermanas sin apartar la vista de sus cartas.
Habían convencido a su progenitor para que jugase con ellas ya que Camelia se había negado en rotundo porque prefería su lectura o contemplar a través de la ventanilla como hacía ahora.
—Porque no se concluyó, así que ninguno ganó —contestó observando un momento a su joven hermana. Ella siempre había visto a Georgia inocente, ingenua y demasiado incauta a pesar de que deseaba encontrar marido en su primera temporada, pero en las ultimas semanas había comenzado a ver una parte de ella desconocida, tal vez era su culpa, por apartarse demasiado al no compartir las mismas aficiones o predilecciones. La aspiración de Alessia y Georgia había sido la de obtener un buen matrimonio y formar una familia, la suya en cambio... distaba mucho de ser esa, aunque era el deseo de su padre para ella.
—Tal vez debería jugar conmigo la próxima vez, ¿No lo cree padre? —inquirió Georgia a su progenitor que carraspeó sorprendido.
—Para eso deberías aprender, ¿No crees querida? Además, el duque me pidió expresamente permiso para jugar una partida con tu hermana. Al parecer Carlo le había mencionado su habilidad y le apetecía comprobarlo por sí mismo. No vi nada malo en que disputasen una partida, al fin y al cabo es como si fuera de la familia por nuestra relación con los Guicciardini.
—¿Te lo pidió él? —proclamó Camelia sorprendida.
¡Será mentiroso!, ¡Le había dicho que su padre negó su ofrecimiento y le aconsejó que jugara con ella!, ¡Vil bastardo! ¿Que podía esperar de alguien como él? Evidentemente sabía mentir del mismo modo que había desarrollado el arte de hacer que las mujeres sucumbieran ante él.
—Al menos no parecían discutir, quizá el duque desea llevarse bien con nuestra hermana ahora que piensa formar parte de nuestra familia de manera oficial —sonrió Alessia—. Tal vez haya decidido pedírtelo este fin de semana aprovechando que nuestras familias estarán reunidas, ¿no lo crees? —exclamó tan emocionada que Georgia también sonrió e instintivamente miró a Camelia alzando el mentón.