Capítulo 28

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Las piezas estaban colocadas meticulosamente en el tablero como siempre, Camelia se encargaba de hacerlo cada vez que acababa una partida ya fuese con su amigo Carlo o con su propio padre

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Las piezas estaban colocadas meticulosamente en el tablero como siempre, Camelia se encargaba de hacerlo cada vez que acababa una partida ya fuese con su amigo Carlo o con su propio padre. Había subido a cambiarse para la cena aprovechando que pasaría el resto del tiempo en el salón y mientras se acomodaban en las respectivas sillas junto al tablero, lord Vasatti les observaba desde una posición distante con un libro en las manos pero en cierto modo, atento a la pareja a pesar de fingir indiferencia.

—Como buen caballero, os dejaré la elección de color —mencionó Guicciardini con una cortesía poco habitual en deferencia hacia Camelia.

Esta le observó detenidamente, probablemente solo estaba siendo cortés por la presencia de su padre, aún así, decidió no mencionar nada al respecto.

—Y por deferencia a usted, elijo las negras —argumentó siendo consciente de que la partida siempre se empezaba por las fichas blancas.

Gabriele nunca seguía un juego exacto, conocía algunas estrategias aprendidas en sus años de "Studium generale" por algunos compañeros que habían desarrollado gran habilidad en el juego. Aún así, desconocía como de habilidosa podría ser lady Camelia, de hecho, Carlo le había transmitido una curiosidad pasmosa hasta el punto de tener la osadía en su atrevimiento y solicitar a lord Vasatti una partida con su hija mientras aguardaba a lady Georgia.

Mentirle a la dama en deferencia a su atrevimiento para que así no le rechazara era otro pecado más sumado a su larga lista, pero había obtenido lo que deseaba, tenía frente a sí a una magnífica adversaria, no solo en cuanto a la repulsa que le profesaba, sino que solo hicieron falta tres movimientos para darse cuenta que no se resultaría fácil de vencer.

—¿Quien le enseñó a jugar? —preguntó Gabriele para asegurarse.

—Me temo que el culpable soy yo, lord Guicciardini—. Aunque reconozco que la alumna a superado al maestro, hace años que no consigo vencer en una partida. Me temo que su primo Carlo tampoco ha gozado de esa fortuna —inquirió el barón intrigado por la disputa del tablero.

Tenían un número de piezas eliminadas similar y francamente, cualquier experto que mirase el tablero podía atisbar que los contrincantes poseían aptitudes similares en el juego.

Gabriele observó atentamente que pieza mover siendo cauto y meticuloso. Hacía años que no debía pensar tan concienzudamente sus movimientos por no encontrar un rival digno de superar. Lo insólito de lady Camelia es que parecía anticiparse a la jugada igual que él y eso, corroboraba lo que su primo Carlo le había advertido sobre un juego muy parecido entre ambos.

—Solo es un juego de estrategia —advirtió Camelia—. Basta con saber los movimientos limitados de las piezas para suponer las jugadas del rival. No tiene ninguna complejidad —continuó—. En las cartas existe el azar, la fortuna y saber disimular una buena mano, pero en el ajedrez el juego es limpio, no hay lugar para posibles trampas, solo hay que poseer una mente avispada.

—Definitivamente es una practica estimulante, sobre todo si se da con un digno adversario. ¿No lo cree usted lord Vasatti? —proclamó Gabriele llamando la atención del barón que a pesar de mantener la distancia, no perdía ojo a la disputa sobre el tablero.

De algún modo no quería aparentar que deseaba realmente aquella partida con lady Camelia, aunque le hubiera pedido permiso para proponérselo, al fin y al cabo, se suponía que él tenía intenciones serias con su otra hija, pero bien podía suponer que era un modo de acercarse y limar asperezas con su rival.

—¿Ya ha admitido que soy una digna adversaria? —exclamó Camelia moviendo una pieza sin eliminar ninguna de su contrincante y eso pareció alertarle.

—No seas condescendiente con el duque, Camelia. En cuanto a su pregunta le diré que siempre he considerado este juego como un momento apacible y relajante. —dijo conforme cerraba el libro y lo dejaba sobre un aparador cercano—. Si me disculpáis un momento, volveré enseguida.

No mencionó hacia donde se marchaba, pero momentáneamente se quedaron completamente a solas en el gran salón, a pesar de que las puertas estaban abiertas y que cualquier doncella podría entrar en un momento.

—¿Piensa aceptar realmente la propuesta de lord di Montis? —preguntó repentinamente antes de hacer un movimiento y Camelia se abrumó por aquella demanda tan directa.

—No creo que mi respuesta le incumba, como le dije ayer. Ese tema solo me atañe a mi —insistió con mucho menos ímpetu que la tarde anterior.

—Y recalco que las intenciones de lord di Montis no son tan honorables como parecen —dijo ahora moviendo su caballo para comerse el alfil que ella había colocado de forma estratégica.

—¿Es que usted si tienes intenciones honorables hacia mi hermana? —exclamó haciendo un rápido movimiento que ya tenía planificado y colocándose en jaque.

Aquello desestabilizó a Gabriele, primero por caer en la trampa que ella misma le había colocado en el tablero y segundo porque claramente no sabía que intenciones tenía hacia lady Georgia, simplemente se había dejado llevar por la ira, la obsesión por darle una lección a la misma dama que tenía frente a sí y eso le llevó a una posición algo incomoda, aunque no del todo desagradable. Por un momento se imaginó a sí mismo allí, en reuniones familiares que sin duda tendrían lugar si realmente se esposaba con la dama y que aquellas circunstancias se repetirían frecuentemente. No le desagradó. No lo hizo en absoluto, sino que más bien sintió cierto regocijo por tener a lady Camelia frente a él con aquel ardor en sus ojos que a pesar de no ser pasional, se preguntó como brillarían cegados por la lujuria.

Quiso responder, pero se dio cuenta de que a pesar de no querer reconocerlo, sus únicas intenciones para desposar a lady Georgia eran las de llevarle la contraria a esa dichosa mujer y lo endemoniadamente absurdo que suponía ese hecho le avergonzaba. Aún así, no desistió, quizá porque había descubierto que enfurecerla era demasiado gratificante.

—¿Que es lo que trata de decirme exactamente lady Camelia? —exclamó sin negar dichas intenciones.

—Si desea proponerla matrimonio a mi hermana, ambos sabemos que es por su apellido y no porque la ama, como seguramente tampoco planea serle fiel o respetarla. ¿Piensa ser franco con ella y decirle cómo será realmente su matrimonio antes de hacerle dicha propuesta? —bramó con una osadía tan indigna de una dama que debería haberse escandalizado, en cambio, solo pudo preguntarse hasta donde llegaba el carácter de lady Camelia y si aquella mujer libre de prejuicios sería capaz de someterse a la voluntad de un hombre.

Instintivamente él quiso ser ese hombre y la veracidad de este hecho le asustó.

Instintivamente él quiso ser ese hombre y la veracidad de este hecho le asustó

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El Tercer Secreto	Donde viven las historias. Descúbrelo ahora