El plan de Camelia para cambiarle su asiento a Carlo, se fue al traste en el momento que lady Lucía hizo acto de presencia cerca de ellos e instó a la propia Camelia a sentarse de nuevo junto a su hijo, que lejos de disuadir a su madre, parecía muy cómodo con el fastidio poco disimulado de aquella mujer muy diferente a las demás.
Gabriele Edmondo de Guicciardini se consideraba un experto de la seducción y casi podría afirmar que había pocos secretos en el sexo opuesto que le faltara por descubrir, pero lady Camelia era lo opuesto a lo que él conocía en una mujer, comenzando por su apasionado carácter, por el hecho de encontrarle desagradable, algo que suponía una novedad y por una ardua inteligencia poco común en una mujer.
Conocía a lady Camelia desde que era una niña, de hecho, jamás se había fijado en ella más allá del incordio que le suponía su presencia y ahora, por extraño que pareciera, su compañía resultaba refrescante. Continuaba sin ver en su apariencia nada digno de mención, aunque tras aquel encuentro en el armario del pasillo, podía determinar que podía sacar mucho más partido de sí misma del que lo hacía. Era evidente que no deseaba llamar la atención, que ni tan siquiera lo intentaba y el hecho de no querer ser el objeto de miradas por parte de un caballero, o de llamar la atención para buscar un matrimonio, enfatizaba aún más que atrajera su atención, algo que había pasado completamente desapercibido hasta ahora por los ínfimos momentos en que debían compartir el mismo espacio.
—No tiene porqué fingir desagrado, todo el mundo pensará que actúa y que resulta imposible resistirse a mis encantos —dijo Guicciardini poco antes de que comenzase el segundo acto.
—Desafortunadamente para usted, no le agrada a todo el mundo, de hecho, tiene en mi la prueba viviente de que así es.
—Podría ser, pero solo hay una razón por la que ha evitado mencionar que conocía el idioma ruso y evitar que continuara hablando —rebatió este mirándola de soslayo.
Tenía la nariz puntiaguda pero no lo suficiente como para resultar desagradable, en cierto modo, ahora que la observaba con mayor detenimiento, no resultaba tan desagradable cuando se hallaba relajada y sin fruncir el ceño. Es cierto que no poseía unos rasgos finos y elegantes como otras damas, pero con otro peinado, otra vestimenta y un color rosado en sus mejillas y labios podría ser mucho más atractiva a su juicio.
¿En qué momento estaba valorando la atracción de lady Camelia?
—¿Quizá para ver como hacía el ridículo con sus invenciones? —exclamó Camelia sin mirarle.
Guicciardini se acercó lo suficiente a ella como para despertar habladurías entre los presentes ya que rozó literalmente sus labios en su oreja.
—Le excitaban mis palabras y sentía ardor en partes de su cuerpo que no ha percibido con anterioridad —dijo de un modo tan suave, sutil y pasional que Camelia sintió una punzada en una parte de su cuerpo que jamás había sentido con anterioridad, sobre todo porque se lo había mencionado en ruso y muy probablemente de un modo intencionado para cerciorarse de que ella no tuviera una terminología que podría considerarse pecaminosa en su vocabulario.