Me empiezo a remover de un lado a otro hasta que por fin abro los ojos. Estoy sola en la habitación. Estiro mis brazos y piernas perezosamente, cerrando los ojos y luego volviéndolos a abrir despacio. Me incorporo en la cama y me llevo las manos hacia dos mechones de cabello que me caen hacia ambos lados de la cara para luego pasármelos detrás de las orejas.
Bostezo y luego me paso las manos por la cara. Aún con sueño, estoy cansada. Por suerte, hoy es sábado y no tendré que ir a la universidad, porque de ser así no podría poner un pie fuera.
Afuera todavía está nublado, pero ya no llueve. Es raro un día lluvioso en el frío Londres, pero me encanta la lluvia y todo lo que conlleva un día frío y húmedo: café, galletas recién horneadas, chocolate caliente, películas. Un día perfecto para quedarse en la cama durmiendo.
Mi mente viaja a la noche anterior y trago saliva con fuerza. Lo que descubrí me supo como un trago amargo difícil de digerir.
Me levanto y voy hacia la puerta del baño y la empujo suavemente. Me adentro y lo primero que hago es subir la tapa del inodoro y sentarme en él.
Luego voy hasta el lavabo para lavarme los dientes. Paso el cepillo de arriba abajo hasta que creo que están lo suficientemente limpios. Me enjuago la boca y me lavo la cara. Dejo el cepillo de dientes en su lugar antes de salir del baño. Pensé en tomar una ducha, pero tengo un poco de hambre.
Salgo del cuarto y me encamino por el pasillo y luego bajo las escaleras. Miro hacia la cocina y Niclas no está. Sin embargo, Ivy está sentada en una de las sillas de la isla desayunando tranquilamente. Tiene el cabello suelto, anda descalza y lleva puesta una camisa de Niclas que le llega hasta los muslos.
Dudo en acercarme, pero al final no tengo otra opción. No aguanto más el hambre que tengo y al sentir el olor a comida, mi estómago no tarda en rugir. Además, quisiera saber dónde se encuentra Niclas.
Me acerco a ella rodeando la isla y estiro mi mano hacia la repisa para agarrar un vaso y llenarlo de un delicioso jugo de mango.
—Buenos días —saludo.
No quiero ser maleducada, pero no recibo respuesta alguna. Ni siquiera me mira, sigue deslizando el dedo por el móvil mientras come.
—¿Has visto a Niclas?
Ella suelta un suspiro y me mira.
—¿No te cansas?
—¿De qué? —dije, dejando el vaso sobre la isla y mirándola.
—De meterte entre Nic y yo —dice con calma—. Si no desapareces de su vida, habrá que tomar medidas. —Empieza a jugar con el cuchillo que antes reposaba al lado de la mantequilla.
¿En serio va a hablar de personas que se meten en el medio? Qué irónico.
—¿Me estás amenazando?
—Tómalo como quieras —se encoge de hombros—, pero aléjate de él.
—¿Y si no? —la encaro. No le tengo miedo.
—Me encargaré yo misma de hacer que desaparezcas.
En su tono de voz parecía que era capaz de eso y más.
—Estás loca si piensas que me voy a alejar de Niclas solo por tu obsesión enfermiza hacia él.
Eso pareció enojarla. Se levantó y me miró con rabia, llegando a intimidarme por un momento, pero no lo dejé ver.
Empezó a caminar hacia mí y no retrocedí. No iba a bajar la cabeza ante ella.
—Sabes —comenzó a deslizar los dedos por la isla—, quiero contarte una historia bastante triste. —Hizo un puchero—. Había una vez dos niños y una niña jugando en un lago. Esa niña sentía que uno de los niños, ¿cómo era que se llamaba? —Hizo una pausa y fingió recordar—. Ah, sí, Tyler.
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HASTA QUE NO QUEDEN CONSTELACIONES
Teen FictionEn un mundo oscuro y desolado, ella se sentía perdida. El peso de sus traumas la arrastraba hacia abismos de dolor y desesperación. Pero en medio de su tormento, destello de luz apareció en forma de un misterioso chico que la rescató de un intento d...