Llevábamos ya unos minutos en la carretera. Habíamos decidido rentar un auto hasta Rotemburgo, lo que nos permitiría movernos con mayor facilidad durante nuestra estancia. En auto, tardaríamos entre cuatro y cinco horas en llegar; suele ser tedioso estar tantas horas sentada, pero era la mejor opción. La otra alternativa era tomar un autobús, que nos llevaría de seis a ocho horas, dependiendo de la ruta y las paradas.
Afuera, el sol apenas se filtraba a través de las nubes grises que cubrían el cielo. La nieve recién caída cubría todo a su alrededor, transformando el paisaje en un cuadro inmaculado de blanco. Los árboles estaban cubiertos de escarcha, pareciendo estatuas de cristal que brillaban débilmente bajo la luz difusa.
Brant, que iba en los asientos de atrás, protestó por quinta vez desde que habíamos subido al auto. Quería conducir, pero no lo había dejado hacerlo, ya que la carretera estaba mojada y resbaladiza. Conociéndolo, lo más probable es que termináramos estrellados contra algo.
—Yo conduciría mejor —volvió a quejarse—. Una vez intenté conducir y, bueno...
Siguió hablando, pero no le presté atención.
—Astrid, tu hermano ya me tiene mareado —susurró Niclas sin apartar la vista de la carretera.
—Brant —lo llamé.
—¿Qué? ¿Me dejarás conducir?
—Si vuelves a hablar, te saco del auto.
—No es justo. Tu novio siempre conduce; yo soy tu hermano y tengo más derechos.
—¡Dejarte conducir es un peligro! ¡Nos vas a matar!
El auto se detuvo en la orilla de la carretera. Niclas bajó y, por un momento, pensé que se había cansado y echaría a mi hermano. Pero lo dudaba; Niclas podía ser firme y mi hermano un pesado, pero no lo echaría del auto... ¿o sí? Abrió la puerta trasera y...
—Anda, ve a conducir, pero cállate ya, por favor.
¡Oh no, no, no!
Miré a Niclas con cara de horror mientras Brant salía feliz del auto. Niclas ocupó el lugar donde estaba anteriormente Brant.
—¿Qué crees que haces? —le pregunté asustada.
—Dándole sus derechos como hermano.
—¡No! ¡Le estás dando el derecho a asesinarnos! —exclamé con exasperación.
Mi hermano se acomodó en el asiento del conductor, puso sus manos en el volante y nos dedicó una sonrisa, como la de un niño al que le acaban de regalar el juguete que tanto quería. Brant se giró hacia Niclas y hacia mí, sin dejar de sonreír.
—Bueno... —volvió a girarse hacia adelante y encendió el auto—. El que tenga miedo a morir, que no nazca.
Eso no me convencía mucho; yo sí quería llegar con vida a Rotemburgo.
—Exacto —apoyó Niclas.
Me giré hacia él con los ojos entrecerrados, el muy traidor. ¿Desde cuándo se ponía de parte de mi hermano?
—Vamos a ver si dirás eso de aquí a unos minutos... —me callé de golpe cuando el auto se movió unos microsegundos y luego se detuvo en seco—. Definitivamente el frío les ha congelado el cerebro.
Repitió la misma acción y solo me acomodé el cinturón de seguridad. No quería mirar; aún era muy joven para eso. El auto comenzó a moverse con una velocidad alarmante, o al menos así lo veía yo por el miedo, porque Niclas en el asiento trasero ni se inmutó. Definitivamente sería un viaje muy, muy largo... o para nada largo si seguía conduciendo a esa velocidad.
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HASTA QUE NO QUEDEN CONSTELACIONES
Teen FictionEn un mundo oscuro y desolado, ella se sentía perdida. El peso de sus traumas la arrastraba hacia abismos de dolor y desesperación. Pero en medio de su tormento, destello de luz apareció en forma de un misterioso chico que la rescató de un intento d...