Capítulo 23

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Cuando abrí los ojos, me encontré con Niclas frente a mí, frotándome un algodón con alcohol por la nariz. ¿Qué había pasado? ¿Me había desmayado?

—¿Estás bien? —preguntó Niclas.

Me incorporé un poco en el sofá y simplemente asentí, sintiendo un dolor de cabeza más intenso. Mis ojos se posaron en una de las butacas donde se encontraba Ivy, cubierta por una manta y con el cabello húmedo.

¿Mi hermana? Pensé. No podía serlo, era imposible. Si ya nos llevábamos mal, sería aún peor si se enteraba. No, no lo haría, al menos no hasta estar segura.

Un trueno resonó y la casa quedó sumida en la oscuridad.

—Quédense aquí, ya vuelvo —dijo Niclas mientras se levantaba y se perdía escaleras por pasillo que se encontraba al lado de las escaleras.

Extendí la mano hacia la manta que me había cubierto antes de que fuera por la pastilla y el té.

—Niclas me ha contado... —hizo una pausa y se aclaró la garganta— que tu papá murió un día como hoy.

No dije nada, solo lo miré fijamente.

—Sí —respondí al fin—, un día como hoy murió.

—Lo siento mucho. Mi padre también murió en una fecha similar.

No quería pensar que Ivy era la hija que mi padre había tenido con otra mujer, pero la foto y ahora esto... Las consecuencias eran inciertas.

Quise preguntar más, necesitaba confirmar si Ivy era mi hermana.

—¿Cómo se llamaba tu padre? —pregunté intentando sonar calmada, aunque mi corazón latía desbocado.

—Walter Fischer. No era de aquí, era alemán.

Alzó la vista que antes tenía fija en el suelo y me miró. Yo desvié la mirada para contener las lágrimas.

—Seguro te quería mucho.

—Lo hacía, pero nunca pasaba mucho tiempo aquí en Inglaterra, solo venía por negocios.

¿Mi padre tenía negocios en Inglaterra? No recordaba que los tuviera. No éramos ricos, pero tampoco vivíamos mal.

—¿Por qué no vivía con ustedes, es decir, contigo y tu mamá?

—Por mis abuelos. Tenía que cuidar de ellos en Alemania. Pero nunca los conocí.

—¿Eso decía?

Apreté los labios con fuerza y luego solté una risa irónica que no pudo verse por la oscuridad reinante. Me cubrí el rostro con las manos y suspiré con frustración. ¿Hasta dónde llegaban las mentiras de mi padre?

Mis abuelos paternos habían fallecido antes de que yo naciera. Era evidente que les ocultó a Ivy y a su madre que estaba casado y que tenía una familia en Alemania.

—¿Y cómo se conocieron tu madre y mi... —me detuve de golpe y tragué con fuerza— digo, tu padre?

—Aún recuerdo cuando era pequeña y ambos me contaban la historia. Era mi favorita —sonrió un poco—. Los dos iban a una reunión de negocios. Se conocieron aquí en las calles de Londres; mamá iba muy apresurada y chocó con mi padre. Mi mamá culpó a mi padre de verterle su café encima, y él se ofreció a ayudarla amablemente.

—¡Basta! —la interrumpí bruscamente.

Me levanté del sofá y empecé a caminar de un lado a otro, con las lágrimas a punto de brotar. Ivy me miraba desde su lugar, confundida, sin entender mi reacción repentina.

HASTA QUE NO QUEDEN CONSTELACIONES Donde viven las historias. Descúbrelo ahora