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                                                                                                              -Emily-

No me lo puedo creer, ¿tenía que ser él? Qué casualidad que nuestros padres sean compañeros de trabajo, y qué desgracia. Ahora voy a tener que cenar con él y su padre.

Se acercan los dos hacia mí; parece que Ryan se da cuenta de la cara que estoy poniendo.

—Hola, Emily, encantado de conocerte —dice su padre cuando se acerca a darme dos besos.

—Igualmente —le sonrío.

—Este es mi hijo, Ryan —me lo presenta.

—Hola —dice secamente.

—Hola —le respondo de la misma manera.

Mi madre me mira con una cara que no sé explicar y los guía hacia nuestra cocina.

Esto es increíble, tengo que verlo en todas partes: en el instituto, en la piscina de la urbanización y hasta en mi casa. De tanta gente que habrá en el trabajo de mi madre, tenía que hacerse amigo del padre de ese malcriado.

—¿Qué has preparado para cenar, Soph? —pregunta Andrew.

¿Soph? Solo la llamaba así mi padre. Esto no me gusta nada.

—He preparado un poco de pescado y patatas asadas —responde—. ¿Qué queréis de beber? —pregunta.

—Yo una cerveza, por favor —dice Andrew.

—¿A ti qué te apetece, Ryan? —pregunta mi madre.

—Un vaso de agua está bien, gracias —responde con una sonrisa falsa.

Mi madre asiente y le devuelve la sonrisa, pero esta no es falsa.

—Bueno, Emily, ¿qué tal en tu nuevo instituto? ¿A cuál vas? —me pregunta Andrew.

—Voy al que está aquí al lado —le digo, y le suelto una mirada de reojo a su hijo.

—¿En serio? Pues debéis de haberos visto, porque Ryan va al mismo, pero es un año mayor que tú. ¿Verdad que sí, Ryan? —le dice a su hijo.

—Sí, papá —dice secamente.

Ryan y yo nos miramos a la vez; él me mira con cara de desagrado, así que yo hago lo mismo. Mi madre por fin saca la cena del horno y la posa sobre el centro de la mesa circular en la que estamos ya todos sentados.

La cena ha sido de nuestros padres hablando de cosas del trabajo y de nosotros dos mirándonos mal. Vaya cenita, madre mía. Lo único que me apetece ahora mismo es irme a mi habitación, encender una vela y ponerme a leer. No tengo más ganas de quedarme aquí en silencio; esto es súper incómodo. No quiero decirle nada a mi madre sobre Ryan porque parece que su padre y ella se han hecho muy buenos amigos, pero espero que no se pasen. No lo hará, conozco a mi madre, no va a olvidar tan fácilmente lo que le hizo mi padre.

Después de la peor cena de mi vida, por fin se marchan. He esperado ese momento desde que llegaron y le vi la cara a ese niñato.

Cuando salen por la puerta, mi madre se gira hacia mí y me dice:

—¿Por qué has sido así con el pobre chico? —pregunta—. Que sí, que él tampoco ha ayudado mucho, pero podrías haberle hablado al pobre chiquillo.

¿Pobre chiquillo, de qué? Madre mía, la pobrecita aquí soy yo. Me insulta y me amenaza, ¿qué quieres que te diga? Prefiero seguir sin decirle nada a mi madre, así que respondo:

—Lo siento, mamá, es que hoy estoy muy cansada —miento.

—Bueno, eso hoy, pero los próximos días háblale y sé maja con él —dice.

¿¡Qué!? ¿¡Cómo que próximos días!? Esto tiene que ser una broma. Él no va a volver a usar mi casa, y haré lo posible para que sea así.

—¿Próximos días? —pregunto.

—Sí, hija, a ver, te tengo que contar —declara. Tengo miedo de lo que me vaya a decir—. Andrew y yo nos conocimos en el trabajo y, desde que entré por la puerta, no para de ayudarme. Como le conté que no vamos muy bien de dinero, que tenemos que pagar las facturas y otras muchas cosas, ha decidido ayudarnos con el dinero. Él tampoco es que sea rico, pero es muy amable, y quiero agradecérselo de alguna manera, así que vendrán más a menudo.

Estoy flipando. No puede ser, ya lo veo suficiente en el instituto, no necesito verlo casi todas las noches en mi casa.

—Es muy amable por su parte, pero ¿no podrías agradecérselo invitándolo a cenar pero fuera? —pregunto.

—No, hija, mejor les hago la cena en casa. Ya faltaría que llegue cansado del trabajo y le haga salir a un restaurante. Nuestras casas están al lado, solo tiene que caminar unos pocos metros —dice—. Y además, ¿a ti qué te importa que vengan de vez en cuando? —me cuestiona.

—A ver, mamá, yo tengo mi vida, no quiero quedarme aquí con ese chico y su padre cuando vosotros os ponéis a hablar de no sé qué y nosotros en silencio —exclamo.

—Vosotros también podéis hablar, ¿eh? Para eso tenéis boca —dice.

Suelto un bufido, le digo buenas noches a mi madre y subo a mi habitación. Me cambio al pijama y me quedo leyendo unos pocos minutos hasta que me quedo dormida.

Espero que mañana sea un día mejor. Y también espero no encontrarlo allá donde vaya.

¿Me odias o me besas?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora